Yuri Grigoróvich el renombrado coreógrafo soviético y ruso del ballet del Teatro Bolshói falleció a los 98 años
MOSCÚ (19 Mayo 2025).- El legendario director y coreógrafo soviético y ruso del ballet del Teatro Bolshói en la segunda mitad del siglo XX, Yuri Grigoróvich, falleció hoy en Moscú, informó su ayudante, Alexandr Kolésnikov.
Según la nota que Kolésnikov transmitió a la prensa,
Grigoróvich murió este lunes a la edad de 98 años, y su familia comunicará en
breve la fecha y el lugar del funeral del renombrado coreógrafo.
Grigoróvich nació el 2 de enero de 1927 en la ciudad
de Leningrado (actual, San Petersburgo), y creció en un ambiente artístico,
pues su tío materno, Georgi Rozay, fue bailarín de los célebres Ballets Rusos
de Serguéi Diáguilev.
Tras graduarse en 1946 de la Escuela Coreográfica de
Leningrado (actualmente Academia Vaganova), ingresó como solista al Teatro
Kírov (hoy Mariinski), donde destacó en roles como Espartaco o el Príncipe
Sigfrido.
En 1957, Grigoróvich se lanzó al estrellato como
coreógrafo con la puesta en escena de «La flor de piedra», a la que siguió La
leyenda del amor» (1961). En 1964, asumió la dirección del Ballet del Bolshói,
cargo que ocupó durante tres décadas doradas.
Fue en el Bolshói donde Grigoróvich forjó su propio
estilo épico y monumental, fusionando técnica virtuosa con narrativa
profundamente humana.
Obras como «Espartaco» (1968) redefinieron la danza
masculina, mientras que su versión de «Cascanueces» (1966) trascendió el cuento
infantil para convertirse en una reflexión existencial. Sus escenificaciones de
«El lago de los cisnes», «La bella durmiente» o «Raymonda» siguen siendo
referentes absolutos.
Tras dejar el Bolshói en 1995, Grigoróvich creó su
propia compañía en la ciudad de Krasnodar y coreografió para los principales
teatros del mundo, desde el París Ópera hasta La Scala. En 2001 regresó al
Bolshói para revisar sus obras maestras, incluyendo el estreno mundial de «Iván
el Terrible» en 2012.
Pedagogo incansable, presidió el prestigioso premio
Benois de la Danse y formó a varias generaciones de bailarines. Su legado fue
reconocido con las máximas distinciones, incluida la Orden de San Andrés, la máxima
condecoración rusa.
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