Tizón, el héroe invisible que guiaba con el corazón en el Politécnico Loyola

No fue ministro, ni general, ni rector.

No escribió libros, ni fundó escuelas, ni dio discursos memorables.

Pero Tizón —don Juan Dionisio, como pocos lo recuerdan por su nombre completo— cambió vidas todos los días, desde la humilde cabina de su guagua.

Durante más de treinta años, fue el primer rostro del día para cientos de estudiantes del Instituto Politécnico Loyola. Su mirada atenta, sus manos firmes en el volante, su voz alegre soltando aquel grito inolvidable:

“¡Tizón, dale duro… que la guagua va seguro!”

No se limitó a conducir.

Tizón fue testigo del miedo de un estudiante en su primer día de clases.

Fue confidente de los que suspiraban por un amor en el aula.

Fue consuelo en silencio, faro de rutina, custodio de inocencias.

Con cada giro del timón, nos enseñó a llegar a tiempo, a llegar seguros y a llegar juntos.

Y aunque no tenga estatuas, su legado está tallado en cada profesional que una vez subió a su guagua.

Porque educar no es solo dar clase: es llevar al otro, con amor, hasta el lugar donde pueda crecer.

San Cristóbal, y el país, le deben más que un homenaje: le deben memoria.

Tizón no fue un chofer.

Fue un símbolo. Fue un sembrador de futuros.


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Reflexión de ANDRÉS JULIO RIVERA BAZIL

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