Máximo Álvarez ha desarrollado un amplio estudio sobre la resistencia y receptividad al evangelio entre los españoles
MADRID, España (15 Julio 2025).- El evangelismo en España lleva décadas enfrentando un mismo reto: ¿por qué, a pesar del esfuerzo constante, hay tan pocas conversiones entre la población española autóctona? Se trata de un tema que está comenzando a ser abordado de forma más profunda, como muestra el trabajo que recientemente ha publicado el Movimiento de Lausana.
Ahondando en esta pregunta, el doctor en Teología
Máximo Álvarez Alvelo, investigador de Evangelismo a Fondo España (EVAF), ha
desarrollado un estudio sistemático que recoge en su nuevo libro 'El español y
la conversión a Cristo. Resistencia y receptividad'. La obra que ofrece claves
para entender tanto los obstáculos como las oportunidades que presenta el
contexto español a la hora de compartir el mensaje del evangelio.
En esta entrevista, Álvarez expone algunas de las
conclusiones de su investigación: desde los factores sociales y culturales que
dificultan la conversión (como la herencia del catolicismo tradicional, el
rechazo al cambio religioso o la confusión entre religiosidad y fe) hasta las
carencias dentro de las propias iglesias evangélicas. Pero también se detiene
en los elementos que favorecen la receptividad: la autenticidad de la fe
evangélica, el valor del testimonio personal o la sensibilidad espiritual en
momentos de crisis.
Pregunta.
¿Cómo surgió la idea de desarrollar este estudio tan amplio sobre el impacto
del evangelismo y el discipulado en España?
Respuesta. Surge al constatar —después de muchos años—
que se daba y se sigue dando una amplia evangelización a lo largo del país,
pero que se obtenían y se obtienen pocos resultados.
Cuando inicié mis estudios doctorales ya tenía clara
la temática para mi tesis, aunque eso sorprendió a algunos doctores. Pero mi
deseo era aportar conocimiento que sirviera de ayuda para la evangelización de
las personas autóctonas en España, ofreciendo un conocimiento más amplio del
sujeto a evangelizar y mejorando así la labor evangelística hacia la sociedad.
Como digo, la escasez de conversiones autóctonas ha
sido señalada por todo el liderazgo evangélico, tanto nacional como extranjero.
Se comprueba reiteradamente en la práctica que las personas autóctonas son
quienes presentan mayor resistencia y menor receptividad al Evangelio.
Si hacemos una media anual de los españoles que se
convierten en una iglesia evangélica activa —no me refiero a grandes iglesias,
sino a las de tamaño medio, que son la mayoría en España—, no salen más de tres
conversiones por año. Eso, sin duda, es un resultado escaso.
P.
Comentas en la introducción del libro que apenas hay investigación previa sobre
este asunto. ¿A qué se debe esta falta de estudios, siendo un tema que evidentemente
preocupa a las iglesias?
R. Al realizar el trabajo de tesis tuve que buscar
literatura relacionada con el tema, lo que se conoce como el “estado de la
cuestión”. Busqué material producido en España, pero también eché una mirada
fuera. Conté con profesores de Fuller que tienen un amplio conocimiento de
bibliografía sobre el tema de la resistencia. Uno de ellos me dijo: “Solo
Malcarne ha tocado un poco este tema, pero no como tú lo has planteado en esta
tesis”, me dijo Charles Van Engen.
Y efectivamente, encontré una gran escasez de
estudios. Esto se debe a que nuestro hacer no es tanto intelectual como
práctico. Nuestra prioridad ha sido volcarnos en el trabajo misionero, sin
parar a considerar en profundidad qué está pasando en ese trabajo. Cuando
pensamos que los españoles no se convierten, solemos dar respuestas rápidas y
sabidas: que se debe al pecado, a la separación de Dios, a una religiosidad
diversa o a un ateísmo creciente. Y creemos que con eso ya hemos explicado
todo.
Yo creo que, aunque eso es cierto, no es suficiente.
Necesitamos tener un conocimiento más amplio del sujeto a evangelizar y también
un entendimiento más profundo de la sociedad a la que nos dirigimos. Más aún
cuando en la sociedad española se están produciendo cambios muy importantes.
Comportamientos sociales que llevan tiempo en Europa, ahora se están
implementando en España, y esto empezó ya hace algunos años. Estas son las
razones por las que decidí investigar: vi que no había literatura suficiente
que respaldara o diera respuestas más allá de las causas evidentes —que, como
digo, son ciertas, pero demasiado genéricas. Yo quería —y es lógico, al
tratarse de una tesis doctoral, de una investigación científica— indagar mucho
más a fondo.
P.
En el título mismo del libro encontramos un grupo de conceptos que tú vas
definiendo y examinando. El primero sería la conversión, ¿cómo la defines?
¿Cómo te acercas a este concepto en tu libro?
R. Conversión, en su significado bíblico, se relaciona
con arrepentimiento, con cambio y con enmienda. El llamado a la conversión es
un volver a Dios. En el arrepentimiento se va produciendo un cambio en los
pensamientos, lo que supone un cambio de mente, que como resultado genera un
cambio de conducta y, finalmente, un cambio de vida. La enmienda significa
caminar de una manera apropiada y agradable a los ojos de Dios. Tiene también
el sentido de ser un cambio profundo.
En el Antiguo Testamento, la conversión implica dejar
los propios caminos y maneras de vivir para aceptar el diseño y los planes de
Dios para cada persona. Es un cambio que parte del corazón. En el Nuevo
Testamento, también encontramos esta idea de cambio y de volverse a Dios, pero
en este caso la fe en la conversión se sitúa en Jesús y en la obra de la cruz,
desde donde recibimos el perdón de los pecados.
Así que, sintetizando la enseñanza del Antiguo y del
Nuevo Testamento, diría que la conversión es un cambio de vida que se produce
al arrepentirnos de nuestros pecados, confiando en Jesús y en su obra en la
cruz, y así obtenemos el perdón. Esa sería mi definición.
P.
¿Puedes decirnos cuáles son, según tu análisis, los principales factores que
están detrás de esta resistencia en España a la conversión?
R. Hay tres ámbitos donde podemos encontrar factores
de resistencia: en la vida de la iglesia, en cómo se evangeliza y en el ámbito
social. Respecto a la vida de la iglesia, encontramos una comunidad que no vive
con el poder de Dios. Dicho de otra manera, no tiene el poder de Dios que
necesitamos experimentar para esta labor. Apelamos mucho al intelecto de las
personas, pero eso no es suficiente. Muchos creyentes no viven una experiencia
constante de andar en el Espíritu de Dios. En general, los creyentes están muy
ocupados con sus propias vidas, de manera que apenas les queda tiempo para
entregarse de forma constante a la evangelización. Se vive una fe evangélica
debilitada por el desánimo ante la escasa respuesta. Cuando se trabaja mucho y
se ve tan poco fruto, esto actúa como un boomerang que golpea la motivación y
genera desánimo. Esto produce frialdad. En muchas iglesias falta el estudio
profundo de la Palabra. Además, tenemos sistemas organizativos muy cerrados,
con poca disposición al cambio. Muchos se sienten incapaces de llevar a otros a
Cristo. Hablamos mucho de Dios, pero no presentamos el Evangelio claramente. Y
eso es algo muy diferente. En algunos casos, incluso el entorno familiar
influye negativamente. No somos suficientemente conscientes de que evangelizar
supone una batalla espiritual.
En cuanto a la forma de evangelizar, muchas veces usamos métodos foráneos que no conectan con la realidad de nuestra gente. Eso me lo ha confirmado la propia tesis. Podemos hacer campañas de evangelización, pero fallamos en el seguimiento y la consolidación. Además, faltan recursos económicos y humanos que faciliten una acción evangelística más amplia. La iglesia no se prepara para depender del obrar sobrenatural de Dios en la evangelización, y necesitamos el corazón de Jesús para amar a las almas.
Y, en cuanto al ámbito social, encontramos que la idea
de conversión religiosa no solo no se entiende, sino que no se acepta ni se
considera necesaria. Durante las entrevistas, muchas personas me decían: “Yo ya
tengo mi religión, soy católico”, o “ya fui bautizado, no necesito nada más”.
Algunos incluso decían que no creen que Dios pida conversión. Otros confunden
estar bien con Dios con estar bien consigo mismos, con sus amigos o con su
entorno. Para muchos, convertirse sería una traición a la cultura, a las
tradiciones familiares y a la identidad nacional. Por supuesto, lo ven también
como una traición a la Iglesia católica. Algunos temen que afectaría a su
identidad como españoles. Otros no comprenden la relación entre una vida en
Cristo y una vida cristiana auténtica. El mensaje del Evangelio se rechaza
junto con la idea de Iglesia, porque nuestra sociedad quiere una sexualidad
libre, sin impedimentos, y rechaza el modelo bíblico de familia.
En general, muchos conocen a la iglesia evangélica de
nombre, pero no sus creencias, y no comprenden el mensaje de la cruz de Cristo.
Estos son algunos de los factores de resistencia que he identificado, aunque en
el libro se recogen muchos más.
P.
¿Qué papel le corresponde a la iglesia entonces, en vista de esta resistencia?
R. La iglesia está llamada a reformarse —que es, de
hecho, otro sinónimo de convertirse— y a ser protagonista en el aumento de
conversiones. Se necesita un cambio en nuestro formato de ser iglesia. Por
ejemplo, los creyentes deberían participar más activamente con sus opiniones.
La iglesia tiene sus propios defectos y pecados que debe corregir.
Seguimos condicionados por una visión catolicista.
Vivimos dentro de una especie de nebulosa cultural que no terminamos de
abandonar. Muchos creyentes asisten a la iglesia creyendo que es el pastor el
único responsable del crecimiento de la congregación. Esto viene de una
mentalidad muy arraigada en nuestra cultura. Y eso se refleja no solo en el escaso
testimonio, sino también en el escaso compromiso con las ofrendas, que es otro
tema importante.
La Palabra de Dios debe ser estudiada con más
profundidad y a través de diversos medios. Siempre debemos volver a la fuente
del Nuevo Testamento para vivir la vida de iglesia en el Espíritu de Dios.
Porque sin el Espíritu, se genera una religiosidad evangélica que no
transforma.
Nuestros programas también deben cambiar. En muchas
iglesias, simplemente se repiten cultos y reuniones con el mismo formato, sin
importar si es domingo o miércoles. La iglesia, en muchos casos, no se ve a sí
misma como agente evangelizador, y sus miembros no se sienten preparados. Yo lo
he comprobado: les pregunto a los miembros de mi congregación y me dicen “no sé
qué decir” o “no sé cómo empezar”. Se sienten inseguros, ¡y eso que hemos dado
más de 40 cursos sobre evangelización! Aun así, hay personas que se siguen
sintiendo incapaces.
Además, el liderazgo está sobrecargado con muchas
responsabilidades que no siempre le competen. Debería poder delegar más.
También se produce una especie de rutina dentro de las actividades, lo que
genera cansancio. Y a veces, el propio liderazgo perpetúa un sistema eclesial
que no permite la regeneración ni el cambio.
P. ¿De qué forma las personas españolas reciben el
Evangelio? ¿Cuáles son las claves que has encontrado en tu investigación?
R. He encontrado que la sociedad nos mira con cierta
aceptación, porque cree que nuestras creencias son más sinceras que otras.
Muchos valoran que no adoremos imágenes. Al tener contacto con nosotros, notan
que somos acogedores, que recibimos bien a las visitas, que hay cercanía entre
nosotros. Ven como algo valioso que hagamos tan viva la Biblia hoy en día, que
valoremos y compartamos la Palabra de Dios.
Quienes conocen nuestra labor social valoran mucho
nuestra entrega. Al principio, muchos empezamos trabajando con toxicómanos, pero
hoy en día esa labor social se ha ampliado mucho, y la sociedad lo reconoce y
lo aprecia. También creen que vivimos y sentimos a Dios de una manera más
auténtica.
Quienes nos conocen se dan cuenta de que Dios obra a
nuestro favor a través de la oración. Y he observado que orar por los españoles
es una puerta abierta: cuando tienen un problema y les preguntas si quieres que
ores por ellos —a veces usamos el término “rezar”, que ellos entienden mejor—
la mayoría dice que sí. Eso es una oportunidad, porque reconocen que Dios actúa
en nosotros, y desean que también actúe en sus vidas.
La Iglesia tiene un factor de receptividad cuando
transmite el mensaje de Dios desde su corazón al corazón del otro. Los
testimonios personales son de gran valor. Como decimos en nuestro programa de
televisión: “Tú vales mucho para Dios”, y yo añado: “Tu testimonio vale mucho
para Dios”. La sociedad percibe que hay poder en la fe, especialmente en
tiempos de crisis aguda. La iglesia se convierte en agente de transformación social
cuando impacta a su entorno más cercano: familia, amigos, conocidos. El factor
espiritual es clave en la evangelización y está a nuestro alcance: buscar vivir
un alineamiento personal y eclesial. Los métodos de evangelización que se
centran en las relaciones personales, en el conversar de tú a tú, son más acordes
con el carácter español.
Cuando cubrimos las necesidades tanto físicas como
espirituales de las personas, hay más receptividad al Evangelio. Y cuando
evangelizamos llenos del Espíritu Santo, compartiendo la fe con pasión y en el
poder de Dios, eso también genera un gran factor de apertura al mensaje.
P. ¿Quién crees que podría encontrar útil este
libro? ¿Y cómo puede conseguirse?
R. He pensado principalmente en el liderazgo español y
en los misioneros extranjeros que viven en España y han venido a hacer misión
cristiana. Con este libro les ofrezco la posibilidad de una exploración
productiva sobre la realidad de la conversión del español en su contexto.
También será útil para creyentes comprometidos, responsables, que están
inquietos con el tema de la conversión.
Este estudio ofrece respuestas en tres áreas: la vida
de la Iglesia, la metodología evangelizadora y el concepto de conversión que
tiene la ciudadanía. Todos necesitamos conocer mejor a la persona a la que nos
dirigimos con nuestro mensaje, sabiendo que forma parte de una sociedad con su
cultura y su idiosincrasia.
Debemos entender que vivimos en un país con un
trasfondo religioso donde el español ha luchado por mantener una fe única —la
fe católica—. Hago énfasis en esto: el español ha luchado y sigue luchando por
una fe única, la católica. La identidad del español se ha formado en torno a
una unidad de fe. Se ha sentido cómodo con una religión de apariencia,
respaldada y subvencionada por el Estado. El pensamiento español no acepta
fácilmente ideas del exterior. El centro
espiritual del país no es Dios ni la Biblia, sino la patria y su vocación
indestructible de cumplir su destino, lo que se conoce como el “gran relato”. A
la vez, existe una parte de los españoles que rechaza con fuerza ese trasfondo
de identidad católica. Por eso, en nuestra sociedad se produce una escisión,
una división espiritual, que va más allá de la política.
En cuanto a la receptividad, hay que tener en cuenta
que para el español es muy importante la comunicación libre y espontánea. Le
interesan las relaciones personales y el valor de la conducta humana. Están muy
pendientes de nosotros, observan. Por eso es tan importante el testimonio. Para
el español, nada existe si no lo ha vivido interiormente. Es decir, lo que no
ha experimentado en su interior no le resulta real. Solo reconoce aquello que
está dentro de sí mismo. Y en su reino interior —en el alma y el ser del
español— necesita encontrar formas de expresión propias. Solo así puede
sentirse identificado con el mensaje del Evangelio. Cuando algo que le contamos
coincide con lo que él siente en su interior, aunque sea mínimamente, se
produce la receptividad. Pero si no lo siente, el rechazo es absoluto y
automático.
Así que importa mucho —importa mucho— conocer al
español cuando vamos a presentarle el Evangelio.
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