Vivimos rodeados de gestos que, aunque pequeños, hacen la diferencia en el mundo. Una sonrisa al cruzar la calle, un saludo amable, una oración dicha en silencio por quien sufre.
Son actos sencillos, casi invisibles, pero que hablan
del corazón de quien los realiza.
En un tiempo donde lo ruidoso parece más importante,
la bondad silenciosa pasa desapercibida. Y, sin embargo, es esa la que sostiene
la humanidad.
Dios actúa muchas veces así: sin estruendos, sin
imponerse, pero dejando su huella en los corazones disponibles.
Que no nos cansemos de hacer el bien, aun cuando nadie
lo vea. Porque hay ojos que todo lo ven… y un Dios que todo lo valora.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR
RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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