La moderación, tener prudencia al comer o beber, es más que una regla de etiqueta o un consejo de salud. Es expresión de un ser humano civilizado y, aún más, evangelizado.
En este mundo, marcado por excesos, donde el consumo
desmedido se promueve como símbolo de éxito o libertad, la moderación se alza
como una virtud contracultural, discreta y liberadora.
El Evangelio nos enseña que no solo de pan vive el
hombre, y que el corazón no se sacia con abundancias materiales, sino con la
paz que nace del orden interior.
Quien es moderado demuestra dominio de sí y
sensibilidad por los demás. Es signo de madurez espiritual y humana.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR
RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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