🌟 Luis Eduardo Soriano Villanueva “El Chori”: El evangelio vivo de la educación y el deporte en San Cristóbal 🌟


📚 Maestro de cuerpo y espíritu

Luis Eduardo Soriano Villanueva , conocido cariñosamente por todos —aunque jamás en su presencia— como “El Chori”, fue más que un profesor: era un evangelio vivo en carne y hueso. Con su voz ronca, su andar rápido y enérgico, y su mirada de disciplina, marcó generaciones enteras en el Instituto Politécnico Loyola de San Cristóbal, donde impartió educación física, historia y también español en la primaria e intermedia, además de servir como docente en otras instituciones educativas del país durante más de 40 años.

Su célebre frase quedó tatuada en la memoria de sus alumnos:

 “Educar puede cualquiera. Solo enseña quien sea un evangelio vivo. Y yo soy un evangelio vivo, queridos alumnos.”

No era retórica: era declaración de principios. Enseñar para él no era un empleo, sino un estilo de vida, un acto de coherencia. Nadie se atrevía a faltarle al respeto llamándole “Chori” de frente, porque imponía respeto sin dureza, con la autoridad moral de su ejemplo.

🏃‍♂️ Deportista de alto nivel

Nacido en La Romana, Soriano se forjó como atleta de campo y pista. Representó al país en los Juegos Panamericanos de 1956, donde corrió en los 100 metros planos. Una caída en la pista lo dejó de último, hecho que recogió la prensa de la época con cierta tristeza, pero que nunca borró su espíritu competitivo ni su pasión.

Además, participó como lanzador de disco (plato), destacando su versatilidad como atleta. Aquella delegación dominicana llevó también a figuras como Boche en boxeo, entre otros. Su presencia en ese evento internacional no solo lo formó como deportista, sino como ciudadano del mundo: comprendió el deporte como disciplina, dignidad y superación.

Esa visión la transmitía en cada clase: corregía la postura, exigía esfuerzo, celebraba los pequeños logros. Para él, cada alumno era un atleta en potencia y cada vida, una carrera que merecía correrse con entrega.

Establecido en San Cristóbal, en las calles Jesús de Galíndez y General Leger, Soriano se convirtió en un referente de la comunidad. Recto, cordial, noble y siempre gentil, saludaba con afecto, pero mantenía la línea de respeto que lo caracterizaba.

Los vecinos recuerdan su caminar rápido, como si siempre estuviera de prisa hacia el deber, y sus conversaciones sobre historia, deporte y lengua española. Era un hombre completo: maestro del cuerpo, del espíritu y de la palabra.

Su familia también marcó huellas. Tenía una hermana llamada Mercedes, y juntos compartieron la raíz de un hogar sencillo pero lleno de valores. Esa base familiar lo sostuvo a lo largo de su vida como maestro, deportista y ciudadano íntegro.

Fue uno de los pocos profesores de Loyola que dominaba tanto las ciencias del cuerpo como las del espíritu y la lengua.

Su apodo “Chori” provenía de su juventud atlética, aunque a él le desagradaba: prefería ser recordado por sus obras y su nombre.

Su voz ronca, fruto de un problema respiratorio, se convirtió en su sello inconfundible.

Apelaba más a la conciencia y al honor que al castigo: “Si fallas, no me fallas a mí, te fallas a ti mismo.”

La muerte de Luis Eduardo Soriano Villanueva , ocurrida en las últimas décadas del siglo XX, fue sentida como la pérdida de un ciudadano ejemplar y un maestro irrepetible. No dejó monumentos de piedra, pero sí un legado más duradero: el testimonio vivo en las almas de sus alumnos.

Hoy, muchos profesionales todavía recuerdan el eco de su voz en las aulas y canchas del Politécnico Loyola. Su nombre sigue vivo porque su enseñanza fue vida compartida.

Exalumnos lo recuerdan como un profesor que no toleraba la mediocridad, pero jamás abandonaba a quien tuviera dificultades.

Vecinos lo describen como hombre noble y solidario, coherente en cada acto.

Colegas destacan que su sola presencia imponía orden, no por miedo, sino por respeto ganado a pulso.

Soriano merece un lugar de honor en la memoria histórica de San Cristóbal y Loyola. Fue maestro y atleta, disciplinado y humano, exigente y bondadoso.

Es justo que las instituciones educativas y deportivas lo recuerden con tarjas, placas y homenajes. Sería un acto de justicia para que las nuevas generaciones sepan que en San Cristóbal vivió un hombre que predicaba con hechos que la docencia no es profesión, sino vocación de vida. 

Luis Eduardo Soriano Villanueva fue un maestro de maestros, atleta de corazón y ciudadano ejemplar. Su frase sigue siendo faro para todo educador: “Educar puede cualquiera. Solo enseña quien sea un evangelio vivo.”

Y él lo fue: un evangelio vivo en San Cristóbal.

¿Cómo lo recuerdas tú?

Si fuiste su alumno, vecino o lo viste en acción, comparte tu testimonio en los comentarios. Tu palabra también es historia, y juntos mantenemos viva su memoria.


Por ANDRÉS JULIO RIVERA BAZIL 

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