El mundo que hemos perdido

Al observar el proceder y comportamiento que hoy exhibimos, no sería un pecado pensar que el mundo ya acabó, que la gente buena ya está en el cielo y que solo quedamos quienes no calificamos para alcanzar la gloria. 

Y que, además, por vivir distraídos en las redes y en las banalidades, ni siquiera nos hemos dado cuenta.

Probablemente este sea alguna especie de purgatorio, y en lugar de permitirnos redimirnos y sumar los méritos requeridos para la unción celestial, nos quieren inculcar casi de forma obligatoria nuevos modelos y patrones de conducta por todos los medios, desnaturalizando todo lo que Dios, nuestro Creador, concibió.

Revertir parece ser la palabra clave, la contraseña, para abrir y compartir los enlaces en los que, si y solo si, nos convirtamos en los especímenes de la agenda programada, en la que la ranciedad o tradición no tiene espacio, resulta ser algo desfasado, amén de sus valores, eso que importa.

El estropicio es cada día más fuerte; su desenfreno avasallador tiene acorralados la ética y los buenos modales.

Las obscenidades y las palabras burdas se imponen. Son parte del mismo paquete, del todo incluido, para izar las banderas multicolores de los que reclaman su territorio, la tierra prometida.

Mientras tanto, las huestes avanzan a tropel y el decoro y el honor huyen, buscan donde resguardarse, pero parece tarde, hay muchas honras perdidas y otras bajo vigilancia. 

Las grandes potencias, en su afán de poder y hegemonía, fabrican e impulsan las guerras, no importan las muertes, ni la sangre derramada, juegan a ser Dios. Un juego peligroso.

Ya ha habido escarmientos divinos. Sin embargo, debe haber algún Abraham que interceda ante el Juez Supremo, de que si tan solo hubiese diez justos, aplaque su enojo y perdone su gran afrenta, en aquel entonces, no fue posible, llovió fuego y azufre.

Con Dios siempre, a sus pies."


Por LEONARDO CABRERA DIAZ 

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