Dios viene al mundo para librarnos de una vida corrupta que nos lleva a ignorarlo a Él y a los demás. Su presencia rompe la oscuridad que envuelve al corazón humano cuando se deja arrastrar por el egoísmo, la indiferencia y la mentira.
En Jesucristo, Dios nos muestra que no estamos destinados a permanecer en esa degradación moral, sino llamados a una existencia nueva y luminosa.
Al acoger su gracia, recuperamos la capacidad de mirar al prójimo y de reconocer en ellos la voz de Dios que orienta nuestro camino.
Así, la venida de Dios, la Navidad que se acerca, no es un simple acontecimiento, sino una invitación permanente a renacer y a reconstruir la vida según la verdad y el amor.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por RAMÓN BENITO DE LA ROSA Y CARPIO
Es obispo emérito de la arquidiócesis de Santiago


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