Pero ¿y a quién le creo?

Cualquier idea que surja luego de una profunda reflexión o análisis sobre los evidentes niveles de corrupción que encara nuestro país, en ningún modo será concluyente, porque es mucho más que eso; mucho más aún.

​Más aún, porque la aplicación de una verdadera justicia con sanciones drásticas y ejemplarizantes resulta casi imposible de transitar desde el punto cero hasta las “últimas consecuencias” y el famoso "caiga quien caiga”.

​No porque se adolezca de las herramientas que impidan o coarten el camino de una buena y efectiva aplicación de justicia, sino por los atajos o bajaderos a los que se recurre para la imposición del castigo.

​Infractores arrepentidos que, en un acto de contrición, son beneficiados con la simple devolución de una parte del botín. Es decir: la casa pierde y se ríe.

​O la indulgencia al amparo de una delación premiada que exime al imputado de todo pecado.

​Más aún, porque el flagelo de la corrupción, de acuerdo con lo que acontece, ya no se puede sindicar como una adicción exclusiva de nadie en particular. Sino como una danza en la que unos y otros, sin importar el color de la bandera política, bailan a costillas del Estado.

​Más aún, porque cada día se incrementa el ya alto escepticismo de la población dominicana que se traduce en desesperanza y desconcierto y, atrapada en un laberinto de incertidumbres, se pregunta: pero ¿y a quién le creo?

​Más aún, porque es cuestión de discreción: algunos son discretos, pero otros no lo son.

​Con Dios siempre, a sus pies.


Por LEONARDO CABRERA DIAZ


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