WIMBLEDON, Inglaterra.- La
estampa de la plenitud. La pentacampeona proyectada sobre el pasto, bien
semirecogidas las piernas, tersos los brazos, ladeados, que sujetan la bandeja
dorada, el cuerpo perfectamente alineado, hasta el vuelo de la falda, blanca,
como impone la tradición, participa en la dinámica composición fotográfica.
La mirada indisimulablemente
dirigida a la pléyade de retratistas, postrados ante la diosa que acaba de
ganar a Agnieska Radwanska, una rookie que aspiraba a llevarse todo el botín,
el título y la etiqueta de número uno del mundo.
Cuarto creciente en la
sonrisa, que fue más ancha, espaciosa, en el momento de tomar la tribuna, de
abrazar a la familia en tan magna ocasión, cinco Wimbledon, los mismos que la
primogénita, Venus, que llora de gozo, 14 grandes, un discurso sinceramente
conmovedor a pie de cancha, el recuerdo del coágulo de sangre en uno de sus
pulmones, hace poco más de un año, la
gratitud pública y personalizada a cada uno de los presentes en su rincón.
"He pasado por momentos
muy difíciles: problemas en el estómago, en el pulmón, dos operaciones en el
pie. Ha sido demasiado. El año pasado estaba 200 del mundo.
Es un increíble retorno.
Todos los títulos son especiales, pero éste más aún. Es el comienzo de un
período grande. Mi carrera no está terminada", dijo después, ya en la
conferencia de prensa.
Parece que llevara haciéndolo
toda la vida. La pose pletórica que sucede a los gritos de éxtasis sexual, al
eco de los golpes rotundos. Y en cierto modo así es. Han pasado 13 años desde
que puso la piedra angular en el US Open, el rito iniciático, la letra
inmaculada del profuso relato que anda por el decimocuarto de los grandes.
Una década de su primera
victoria en Wimbledon ¿Quién da más? Nadie en la jerarquía presente: Azarenka,
Radwanska y Sharapova, el nuevo orden. Serena sólo dialoga con las clásicas, ya
a un solo trago de Suzanne Lenglen, la musa francesa de los años 20, en el All
England Club. Idéntica distancia de Blanche Bingley y de Billie Jean King.
A dos de Steffi Graf y de
Dorothea Chambers. A tres de Helen Wills Moody. A cuatro de Martina Navratilova,
que no se hartó de aplaudir en la grada. Hija de su tiempo, no posee el porte
majestuoso de Martina ni la gracilidad de Graf. Fue la iniciadora de un modelo
distinto, con la violencia del impacto como pauta.
Son 30 años y la implicación
justa en un circuito que le consiente entrar y salir sin sufrir daños. Serena
gusta de la vida. Sabe de la vigencia de su tenis proteico, muscular, en un
circuito atomizado, de competidoras frágiles carentes de recursos sostenibles.
Ha ganado en Charleston y en
Madrid esta temporada, antes del formidable triunfo de hoy.
Atrás queda, aún muy
reciente, el 6-1, 5-7 y 6-2. Dos horas y dos minutos resistió Radwanska, quien
no manejó sus crónicos problemas respiratorios como excusa. Aprovechó la
ansiedad de Serena en el segundo parcial y llevó el partido a un destino por
poco tiempo incierto. Un arsenal el de la devastadora tenista de Saginaw: 102
aces a lo largo de estas dos semanas, 17 de ellos ayer, ante la delicada
oponente, que trata de jugar a otra cosa.
Pesa 14 kilos menos que la
vigorosa Williams, factoría de winners, 58 frente a 13, pegada mastodóntica.
Dos mundos distintos. Un abismo entre ambas. Nadie golpea como Serena. Nadie
posee su determinación. Nadie galopa con
tal autoridad, ajena a la dirección del viento, al transitar de los días.
Poderosa. Indestructible. Única.
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