La actual Constitución de la República le pertenece,
en sentido histórico, a Leonel Fernández. El país pagó un alto precio económico
y político por ella. Por lo tanto, es necesario su cumplimiento para que
podamos hablar de un verdadero Estado de Derecho.
“Todas las personas y los órganos que ejercen potestades
públicas están sujetos a la Constitución, norma suprema y fundamento del
ordenamiento jurídico del Estado”. Vean
bien, el artículo seis, no dice “todas menos Leonel Fernández.
Esa Constitución establece en su artículo 146, que
“será sancionada con las penas que la ley determine, toda persona que sustraiga
fondos públicos o que prevaliéndose de sus posiciones dentro de los órganos y
organismos del Estado, sus dependencias o instituciones autónomas, obtenga para
sí o para terceros provecho económico”.
“De igual forma será sancionada la persona que
proporcione ventajas a sus asociados, familiares, allegados, amigos y
relacionados”. (No lo digo yo, lo dice la Constitución de Leonel)
Y lo más importante, ¡atención!, “es obligatoria, de
acuerdo con lo dispuesto por la ley, la declaración jurada de bienes de las y
los funcionarios públicos, a quienes corresponde siempre probar el origen de
sus bienes, antes y después de haber finalizado sus funciones o a requerimiento
de autoridad competente”.
Durante las gestiones de Leonel se hicieron cerca de
200 denuncias serias de corrupción, malversación, prevaricación o robo de
fundos públicos. ¡Ninguna fue investigada! El Banco Interamericano de
Desarrollo calculó entre tres y cinco por ciento del Producto Interno Bruto lo
que la corrupción se llevaba durante los gobiernos de Leonel. ¡Cien mil
millones de pesos cada año! (En los pasillos del Palacio Nacional aseguran que
el grupo de Leonel se llevó en seis meses más de 150 mil millones de pesos. (De
ahí el famoso maletín de los gallegos de Danilo que en vez de un tesoro,
encontró facturas por pagar).
A los casos más escandalosos de corrupción se
vincula al senador de San Juan de la Maguana, Félix Bautista, que Leonel dijo
querer como a un hijo.
Por
JUAN TAVERAS HERNANDEZ
El autor es periodista
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