MANCHESTER.- Cuando un equipo sale a defender y no a
proponer puede ocurrir que una acción de entretiempo acabe por mandarte al
camposanto. Eso fue lo que le ocurrió al City de Pellegrini en el Etihad,
condenado por culpa de una jugada, resuelta de penalti por Messi, que bien
podría servir como metáfora de una eliminatoria que el Barcelona sentenció al
final con el tanto de sotana de Alves tras combinar con el alborotador Neymar.
[Narración y estadísticas (0-2)]
Todo nació en un robo de Sergio Busquets sobre
Navas. Acción en la que si el multimillonario Eriksson hubiera señalado falta,
tampoco habría pasado nada. El balón llegó a botas de Iniesta, al que no le
costaría nada aprovechar que el City estaba desordenado para encontrar en
carrera a Messi. Por detrás apareció atolondrado Demichelis, futbolista que el
pasado verano protagonizó uno de los grandes esperpentos de nuestro tiempo al
fichar por el Atlético a coste cero y, sin llegar a debutar, acabar en Mánchester
a cambio de cinco millones de euros. Era un capricho de Pellegrini. Pues bien,
el central argentino, con su habitual mala traza, cazó de mala manera a La
Pulga sin que le importara demasiado que la expulsión iba a significar su justo
castigo.
La
identidad y el balonazo aéreo
Lo que quizá no esperaba Demichelis -aunque tampoco
lo protestó demasiado- es que el colegiado iba a señalar penalti. A simple
vista, pareció que la infracción se cometía fuera del área. El bando azulgrana,
eso sí, siempre podrá contrarrestar recordando una mano de Clichy en la primera
parte que también pudo acabar en pena máxima. O una jugada, ya en el ocaso, en
la que Cesc y Piqué quedaron solos frente a Hart y que el árbitro anuló por
fuera de juego.
No dijo la verdad Pellegrini cuando proclamó en la
víspera que el City intentaría disputarle el balón al Barcelona. Cuando Ferran
Soriano y Txiki Begiristain reclutaron al chileno le pidieron que, más allá de
los objetivos a corto plazo, su verdadero cometido no era otro que conceder a
su equipo una identidad. Siempre con el balón como punto de referencia. Qué
debieron pensar los antiguos ejecutivos del club azulgrana cuando los citizen
iniciaron el choque recluidos en su área y con el balonazo aéreo hacia la boya
Negredo como gran alternativa. Un conjunto que, siguiendo la tradición
británica, rechazaba la tierra para entregarse al cielo. Uno más.
La alineación de Pellegrini ya aventuraba lo que
podía acontecer sobre el césped, apostando por incrustar a Clichy en la orilla
para que el lateral zurdo titular, Kolarov, echara una mano en el centro del
campo. Al Barcelona le turbó ese cambio de piel de los celestes y la obligación
de toparse, una vez más, con aquellos planteamientos graníticos que tanto daño
le habían venido haciendo los últimos años en esta misma fase de la Champions.
Escasa
verticalidad
Gerardo Martino reincidió en la idea que le
emparenta con el pasado más glorioso de la entidad, con cuatro centrocampistas
(Busquets, Xavi, Iniesta y Cesc) al mando, Messi, bien vigilado por el correoso
Fernandinho, como falso ariete y un extremo para oxigenar el terreno
(incomprensible que fuera el desconcertante Alexis). El cuarteto gobernó a sus
anchas durante el primer cuarto de hora, protagonizando un monólogo ante el que
el City no pudo más que recular y esperar a que llegaran tiempos mejores.
Aunque al Barcelona rememoró una de sus tan conocidas enfermedades, la escasa
verticalidad en recintos cerrados. De hecho, tuvo que pasar media hora para que
Xavi disparara por vez primera a puerta. Desde fuera del área, eso sí.
Al City, en cambio, que ganó en bravura a medida que
fue madurando el partido, le bastaba con encontrar a Silva entre líneas para
que a Valdés le entrara un ataque de pánico. El canario había quedado liberado
de sus habituales responsabilidades defensivas en el extremo con la entrada de
Kolarov, por lo que podía dedicarse en cuerpo y alma a ejercer de
prestidigitador. Que es lo que mejor se le da. Filtró un pase el canario que
abrió en canal al Barcelona para que Negredo pudiera encarar a Valdés. Aunque
con poca fortuna. También le faltó algo de suerte a Silva cuando, ya con diez
hombres, se topó con la respuesta de Valdés. Ya era tarde.
Quizá habría que preguntarle al aficionado más
ilustre del City, Liam Gallagher, si Pellegrini merece ser destinatario de su
"Some might say": "Algunos podrían decir que ellos no creen en
el cielo / Ve y díselo al hombre que vive en el infierno".
Por
FRANCISCO CABEZAS/Enviado espacial El Mundo


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