El Barcelona salió vivo del derbi, una de las
últimas trampas que le quedaban a los azulgrana en un campeonato al que sólo le
restan siete escalones. Y lo hizo pese al esfuerzo sobrehumano de un encomiable
Espanyol, derrotado por un discutido penalti a diez minutos del final que Messi
aprovecharía sin inmutarse.
Por la extrema intensidad, las oportunidades y el
fútbol desacomplejado de 22 hombres en calzones, aquello recordó a los antiguos
derbis de Sarrià, siempre frenéticos, siempre duros, siempre turbadores, tanto
para los protagonistas como para la hinchada. Y todo eso ocurrió porque el
Espanyol de Javier Aguirre, pese a esa economía de guerra que le ha obligado en
los últimos años a confeccionar plantillas a base de retales, ha dejado de ser
un superviviente más para perpetuarse en la zona cómoda de la tabla y
convertirse en uno de los equipos más incómodos del campeonato. Una versión low
cost del Atlético de Simeone, con todo lo que ello conlleva. Una calcomanía en
blanco y azul que aventuró las dificultades a las que tendrá que hacer frente
el Barcelona a partir del próximo martes en el duelo de cuartos de la Champions
frente a los rojiblancos.
Si bien los azulgrana supieron interpretar durante
los primeros 20 minutos las exigencias del derbi, y con la única tara de los
errores de Neymar a boca de gol, el Espanyol, bajo la batuta del siempre
notable Sergio García, fue sacándole partido a un choque revolucionado desde el
amanecer merced al espíritu combativo de hombres como Víctor Sánchez y David
López. Titánicos ambos en la estepa.
Antes de que el Barcelona comenzara a nublarse,
procuró acumular ocasiones. Casi todas ellas nacieron en pases de Dani Alves
que los delanteros no fueron capaces de coronar. Messi atrapó los dos primeros,
aunque ni con el botín ni con la testa fue capaz de superar a un tallo como
Casilla. Mucho más sencillo de embocar parecía otro centro del lateral derecho
barcelonista hacia el área pequeña. Por allí apareció Neymar quien, lejos de
atacar la pelota con convicción, se dejó despistar por un bote previo para
mandar el cuero a las nubes sin mayor oposición ante sus ojos que la nada.
Buscó la redención el punta brasileño a cinco minutos de la conclusión del
primer acto, aunque su zurdazo marchó demasiado cruzado. Ya tendría tiempo para
alzar el mentón.
Gerardo Martino había concedido descanso a Iniesta,
que arrastraba molestias en el muslo izquierdo desde el choque liguero frente
al Celta, y el resultado fue el esperado. Un Barcelona partido en dos, con muy
poco fútbol, abocado a ese descontrol por el que tanto suspiraba el Espanyol, y
con Xavi y Cesc incapaces de sortear los cepos dispuestos por Aguirre en la
garganta del campo.
Los contragolpes blanquiazules fueron contados, pero
todos ellos inquietaron de mala manera a la zaga azulgrana. Pizzi, que ya venía
de un mal remate en el área, no fue capaz de golpear el balón con delicadeza
tras un extraordinario centro de Sergio García que exigía el gol. Pero nada
atemorizó más a los visitantes que el manotazo de Mascherano a Javi López. El
colegiado del encuentro, Clos Gómez, se desentendió por completo de una acción
en la que no quedó claro si el central cometía la falta dentro o fuera del
área. Por si las moscas, el argentino huyó del foco mientras se dolía de la
rodilla y reclamaba asistencia médica.
Las opciones del Espanyol pasaban en realidad por
este tipo de jugadas episódicas que acabaron por darle la espalda. De hecho, el
tremendo esfuerzo de los blanquiazules no se tradujo en disparos contra la
portería de Pinto, quien no tuvo que intervenir ni una sola vez en la primera
de esas finales que le esperan tras la lesión de Valdés.
No iba a tardar en pagar su vigor el conjunto local,
cada vez más atrapado en el segundo acto, avisado en un tiro al larguero de
Piqué tras el saque de un córner, y condenado finalmente por culpa de la clara
mano en el área de Javi López a un cuarto de hora del final. Una acción en la
que, como ocurriera en el Bernabéu, también asomó Neymar, y que también
despertó no pocas dudas. El brasileño, justo antes, había intentado controlar
una pelota que le golpearía entre el pecho y el brazo. Messi, que ha ganado
gran fiabilidad en los lanzamientos de penalti, supo esperar a que Casilla
cediese para anotar con dulzura.
El tanto, tal y como andaba el partido, y ya con
Iniesta campando por el césped, iba a ser ya imposible de remontar para el
Espanyol. Más aún después de que los blanquiazules tuvieran que jugar los
últimos diez minutos con el lateral Javi López bajo los palos. Con Casilla
expulsado por tocar con la mano un balón fuera del área y los tres cambios ya
hechos, no hubo más remedio para los locales que ponerse a rezar.
Pero el Barcelona ya no estaba para hacer demasiada
sangre. Había sido tanto el esfuerzo que los futbolistas no podían más que
aguardar a que el árbitro cerrara una función tan polémica como emotiva. De
aquellas que reconcilian a los derbis con su pasado.
Por
FRANCISCO CABEZAS/El Mundo
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