BALAGUER: “TRUJILLO UTILIZÓ LA SIMULACIÓN HASTA PARA ENGAÑAR A SUS PROPIOS HIJOS”
SANTO DOMINGO, República Dominicana (30 Mayo 2019).- Joaquín
Balaguer mismo dejó un libro que todavía no ve la luz, aunque anticipó algunos
capítulos en su obra “La Palabra Encadenada”: es su libro sobre la tiranía
trujillista.
Balaguer
mandó que ese libro se publicara, si es que alguna vez ve la luz, veinte años
después de su muerte, es decir, a partir del 2022.
Sin embargo,
publicó algunos capítulos. Esas páginas son un verdadero retrato más que de
Trujillo de la profunda distorsión moral del propio Balaguer, atrapado en la
colaboración servil a un criminal frente al cual padecía tanto atracción como
repulsión. Y esa doblez permea cada palabra, cada adjetivo.
Triste
destino de quienes venden, como él, su alma al diablo literalmente.
El libro que
previsiblemente se publicará será un monumento a la inmoralidad de una
intelectualidad que arrojó valores, principios, cordura y decencia tras
puestos, canonjías y migajas, y que no vacilaron en convertirse en calieses y
sicarios.
Balaguer se
emplea a fondo para mostrar que su abyección no fue exclusiva, que fue común a
muchas otras figuras que luego quisieron venderse como decentes, impolutas,
sanas.
Por ejemplo,
un párrafo sirve para mostrar a su cofrade, el historiador Emilio Rodríguez
Demorizi, en su papel de calié.
Hablando
sobre la Carta Pastoral que la iglesia católica hizo leer en las iglesias el 25
de diciembre de 1959 y que encendió la irá de Trujillo y marcó el comienzo de
su descalabro total, Balaguer, que era un maestro de las inferencias y las
connotaciones, que empleaba con suma meticulosidad las palabras, escribe: “La
primera noticia se la dio por teléfono (a Trujillo, AJ), Virgilio Álvarez Pina,
quien a su vez la obtuvo de boca de Emilio Rodríguez Demorizi” (La Palabra Encadenada,
Pág. 310).
Ese “la
obtuvo de boca de Emilio Rodríguez Demorizi” señala a aquel como calié del
régimen, algo que todo funcionario de la
Era lo era, pues era una precondición para tener una posición pública el ser
calié. No hubo nadie en la administración pública que no lo fuera, incluyendo
al propio Balaguer.
Personalidad
tortuosa y amiga de la teatralidad y el disimulo, Trujillo gustaba de jugar con
la inteligencia de los demás y mantenía una farsa continua.
Balaguer lo
pinta en una frase concisa: “Fingía a toda hora y en todas las ocasiones”.
Entonces,
nos cuenta el asunto que nos interesa: la responsabilidad de Trujillo en aquel
crimen inmundo.
Leamos a
Balaguer:
“Sus
simulaciones eran muchas veces cínicas. Cuando las hermanas Mirabal fueron
asesinadas y se hizo pública la especie de que habían perecido en un accidente
en la carretera Luperón, Trujillo llamó a su residencia de Fundación al mayor
Cándido Torres, encargado en esos momentos de los Servicios de Seguridad. “¿Qué
hay de nuevo?” , le preguntó con aire despreocupado. Cuando el interpelado
empezaba a informarle sobre las últimas novedades del departamento a su cargo,
Trujillo lo interrumpió para decirle: “Y
no sabe usted que las hermanas Mirabal han sufrido un accidente y que es
posible que ese crimen se achaque al Servicio de Inteligencia, como ocurre cada
vez que muere alguien señalado por el rumor público como enemigo del Gobierno?
Váyase seguido y adopte las medidas que sean de lugar para que ese
acontecimiento casual no se tome como pretexto para un escándalo”. El Mayor
Torres salió de allí confundido. La muerte de las hermanas Mirabal había sido
largamente elaborada. La orden había llegado hasta el Servicio de Seguridad,
pero los mismos sabuesos que se habían formado en esa escuela de crímenes habían
retrocedido ante esa monstruosidad. Johnny Abbes García, cerebro diabólico que
introdujo en el presidio de “La Cuarenta” los sistemas de tortura más odiosos,
escurrió el bulto a semejante iniquidad y precipitó con ese fin el viaje que
hizo a fines de 1960 a Chevoslovaquia y a otros países situados tras la Cortina
de Hierro. El Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, general José Román
Fernández, a través de quien fue transmitida la orden, tuvo que hacer uso de
toda su autoridad para que se cumpliera el hecho horrendo. Una vez consumada la
iniquidad, sin duda el más repugnante de los crímenes realizados durante la Era
de Trujillo, el responsable del hecho se presentaba ante sus propios esbirros
como un ser inocente que había sido abrumado por la noticia. Algunos días
después, pasando frente al precipicio en que las tres hermanas fueron
victimizadas, Trujillo hizo detener su automóvil para decir a su acompañante,
el señor Virgilio Álvarez Pina: “Aquí fue donde murieron las hermanas Mirabal.
Qué Dios las tenga en gloria” (La Palabra Encadenada, Págs.316-318).
La narración
de Balaguer muestra claramente quién ordenó el crimen: el propio Trujillo, al
que llama “el responsable del hecho”. Si alguien sabía eso, era Balaguer, en
cuya presidencia aconteció el crimen.
Por AQUILES
JULIÁN
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