CONMOCIÓN MUNDIAL: MURIÓ DIEGO ARMANDO MARADONA DE PARO CARDIORRESPIRATORIO
BUENOS AIRES, Argentina (25 Noviembre 2020).- Y un día ocurrió. Un día lo inevitable sucedió. Es un cachetazo emocional y nacional. Un golpe que retumba en todas las latitudes. Un impacto mundial. Una noticia que marca una bisagra en la historia. La sentencia que varias veces se escribió pero había sido gambeteada por el destino ahora es parte de la triste realidad: murió Diego Armando Maradona.
El campeón del mundo con la Selección Argentina se descompensó en la mañana de este miércoles en la casa del barrio San Andrés, en el partido bonaerense de Tigre, donde vivía desde hacía algunos días luego de haber sido operado de la cabeza. El 30 de octubre había cumplido 60 años.
Villa Fiorito fue el punto de partida. Y desde allí, desde ese rincón postergado de la zona sur del Conurbano bonaerense se explican muchos de los condimentos que tuvo el combo con el que convivió Maradona. Una vida televisada desde aquel primer mensaje a cámara en un potrero en el que un nene decía soñar con jugar en la Selección. Un salto al vacío sin paracaídas. Una montaña rusa constante con subidas empinadas y caídas abruptas.
Nadie le dio a Diego las reglas del juego. Nadie le
dio a su entorno (un concepto tan naturalizado como abstracto y cambiante a la
lo largo de su vida) el manual de instrucciones. Nadie tuvo el joystick para
poder manejar los destinos de un hombre que con los mismos pies que pisaba el
barro alcanzó a tocar el cielo.
Quizá su mayor coherencia haya sido la de ser
auténtico en sus contradicciones. La de no dejar de ser Maradona ni cuando ni
siquiera él podía aguantarse. La de abrir su vida de par en par y en esa caja
de sorpresas ir desnudando gran parte de la idiosincrasia argentina. Maradona
es los dos espejos: aquel en el que resulta placentero mirarnos y el otro, el
que nos avergüenza.
A diferencia del común de los mortales, Diego nunca
pudo ocultar ninguno de los espejos.
Es el Cebollita que solo tenía un pantalón de corderoy
y es el hombre de las camisas brillantes y la colección de relojes lujosos. Es
el que le hace cuatro goles a un arquero que intenta desafiarlo y al mismo
tiempo el entrenador que intenta chicanear a los alemanes y termina humillado.
Es el que se va bañado de gloria del estadio Azteca y el que sale de la mano de
una enfermera en Estados Unidos. Es el que arenga, el que agita, el que
levanta, el que motiva. El que tomaba un avión desde cualquier punto del mundo
para venir a jugar con la camiseta de la Selección. El del mechón rubio y el
que estaciona el camión Scania en un country. Es el gordo que pasa el tiempo
jugando al golf en Cuba y el flaco de La Noche del Diez. El que vuelve de la
muerte en Punta del Este. Es el novio de Claudia y es también el hombre acusado
de violencia de género. Es el adicto en constante lucha. El que canta un tango
y baila cumbia. El que se planta ante la FIFA o le dice al Papa que venda el
oro del Vaticano. El que fue reconociendo hijos como quien trata de emparchar agujeros
de su vida.
Un icono del neoliberalismo noventoso y el que se
subió a un tren para ponerse cara a cara contra Bush y ser bandera del
progresismo latinoamericano. Es cada tatuaje que tiene en su piel, el Che,
Dalma, Gianinna, Fidel, Benja… Es el hombre que abraza a la Copa del Mundo, el
que putea cuando los italianos insultan nuestro himno y el que le saca una
sonrisa a los héroes de Malvinas con un partido digno de una ficción, una pieza
de literatura, una obra de arte.
Porque si hubiera que elegir un solo partido sería
ese. Porque no existió ni existirá un tramo de la vida más maradoneano que esos
cuatro minutos que transcurrieron entre los dos goles que hizo el 22 de junio
de 1986 contra los ingleses. El mejor resumen de su vida, de su estilo, de lo que
fue capaz de crear. Pintó su obra cumbre en el mejor marco posible. Le dijo al
mundo quién es Diego Armando Maradona. El tramposo y el mágico, el que es capaz
de engañar a todos y sacar una mano pícara y el que enseguida se supera con la
partitura de todos los tiempos.
Barrilete cósmico. Y la pelota no se mancha. Y las
piernas cortadas. Y que la sigan chupando. Y la tortuga que se escapa. Y el
jarrón en el departamento de Caballito, el rifle de aire comprimido contra la
prensa, la Ferrari negra que descartó porque no tenía estéreo, la mafia
napolitana y toda una ciudad que elige vivir en pausa, rendida a su Dios. Es el
de las canciones, el de los documentales a carne viva y las biografías siempre
desactualizadas. El que levanta el teléfono y llama cuando menos lo esperás y
más lo necesitás. El que jugó partidos a beneficio sin que nadie se enterara.
El que pasa del amor al odio con Cyterszpiler, con Coppola o con Morla. El que
siempre vuelve a sus orígenes y le presta más atención a los que menos tienen.
Es el abuelo baboso y el papá inabordable.
Es antes que todo y por sobre todas las cosas el hijo
de Doña Tota y de Don Diego.
Y Maradona es en presente pese a que de los que mueren
haya que escribir en pasado. Es el que en Dubai se codeaba con jeques y
contratos millonarios y el que en Culiacán y con 40 grados a la sombra pedía un
guiso a domicilio. El que internaron en un neuropsiquiátrico. El que pudo dejar
la cocaína. El que hizo jueguitos en Harvard. Es el que como entrenador de
Gimnasia vivió un postergado homenaje del fútbol argentino. Aquel que había
dirigido a Racing y a Mandiyú no era este último Diego de las rodillas chuecas,
las palabras estiradas y las emociones brotando sin filtro.
Es también Maradona el hombre que se fue apagando. Se
resquebrajó su cuerpo y empezó a sacar a la luz tantos años de castigo físico,
de desbordes, de excesos, de patadas, de infiltraciones, de viajes, de
adicciones, de subibajas con su peso, de andar por los extremos sin red de
contención.
Y el alma se fue apagando al compás del cuerpo. En el
último tiempo ya no quería ser Maradona y ya no podía ser un hombre normal. Ya
nada lo motivaba. Ya no servía el paliativo de los antidepresivos ni las
pastillas para dormir. Y la combinación con alcohol aceleraba la cinta. Cada
vez menos cosas encendían su motor: ni el dinero, ni la fama, ni el trabajo, ni
los amigos, ni la familia, ni las mujeres, ni el fútbol. Perdió su propio
joystick. Y perdió el juego.
Lo llora Fiorito, escenografía inicial de esta
historia de película y pieza fundacional para comprender al personaje. Lo
lloran los Cebollitas donde se animó a soñar en grande. Lo llora Argentinos
Juniors donde no solo es nombre del estadio sino el mejor ejemplar de un molde
que genera orgullo. Lo llora Boca y toda la pasión que unió a un vínculo que
fue mutando pero conservó el amor genuino. Lo llora Nápoles, su altar
maravilloso en el que con una pelota cambió la vida de una ciudad para siempre.
Lo lloran también Sevilla, Barcelona y Newell’s, que infla el pecho por haberlo
cobijado.
Diego Maradona se convirtió en una leyenda del fútbol
mundial.
Diego Maradona se convirtió en una leyenda del fútbol
mundial.
Y lo llora la Selección porque nadie defendió los
colores celeste y blanco como él. En definitiva, lo llora el país entero y el
mundo.
Entre tantas cosas que hizo en su vida, Maradona hizo
una particularmente exótica: se entrevistó a sí mismo. El Diego de saco le
preguntó al de remera de qué se arrepentía. “De no haber disfrutado del
crecimiento de las nenas, de haber faltado a fiestas de las nenas… Me
arrepiento de haber hecho sufrir a mi vieja, mi viejo, mis hermanos, a los que
me quieren. No haber podido dar el 100 por ciento en el fútbol porque yo con la
cocaína daba ventajas. Yo no saqué ventaja, yo di ventaja”, se contestó en una
sesión de terapia con 40 puntos de rating.
En ese mismo montaje realizado en 2005 en su programa
“La noche del Diez”, el Diego de traje le propuso al de remera que deje unas
palabras para cuando a Diego le llegue el día de su muerte. “Uhh, ¿qué le
diría?”, piensa. Y define: “Gracias por haber jugado al fútbol, gracias por
haber jugado al fútbol, porque es el deporte que me dio más alegría, más
libertad, es como tocar el cielo con las manos. Gracias a la pelota. Sí,
pondría una lápida que diga: gracias a la pelota”.
Fuente: EL CLARIN.COM
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