CASO CAILLAUX: EL ASESINATO DEL DIRECTOR DE “LE FÍGARO” POR LA ESPOSA DE UN MINISTRO

BARCELONA (12 Marzo 2021).- El 16 de marzo de 1914, cuando apenas faltaban cuatro meses para el estallido de la Primera Guerra Mundial, se produjo en París un acontecimiento que hizo, tal vez, aún más inevitable el conflicto.

Las consecuencias políticas del asesinato del director del diario Le Figaro, Gaston Calmette, malograron la carrera política del ex primer ministro francés y entonces titular de la cartera de Finanzas, Joseph Caillaux, dirigente del Partido Radical y conocido partidario de evitar la confrontación con Alemania.

Se puede considerar que las características del crimen, el juicio posterior y sus escabrosos ingredientes lograron desviar la atención de la opinión pública francesa de los hechos que estaban arrastrando, sigilosamente, a Europa a una de sus peores catástrofes.

Siendo un contundente hombre de negocios, sin escrúpulos para mezclarlos con su vida política, Caillaux sabía que Alemania había tomado la delantera a Francia, no solo en cuanto a población, sino también en potencia económica, en el campo de las exportaciones o de la ingeniería.

Sabía que Francia necesitaba más a Alemania que al revés y que su país no podría ganar una guerra, por lo que prefería llegar a un acuerdo con el incómodo vecino irascible antes que ir a una nueva confrontación, que podía empeorar la humillación de 1870.

El presidente de la República, Raymond Poincaré, no era de la misma opinión, y deseaba desembarazarse de Caillaux, para lo que toleró o, directamente, impulsó una despiadada campaña de prensa para desprestigiarlo.

La gota que colmó el vaso

Los insultos se sucedían en las páginas de Le Figaro desde hacía meses. Ese 16 de marzo, lunes, se publicó en primera página un comentario especialmente hiriente para Caillaux, firmado por el director del periódico y titulado, para mayor escarnio, “Intermedio cómico”.

El comentario estaba basado en una carta personal en la que Caillaux se vanagloriaba de haber sabido manipular a los diputados. Para su esposa, Henriette, esa fue la gota que colmó el vaso.

Después de comer, ordenó al chófer oficial del ministerio que la llevase a Gastinne Renette, la armería más famosa y prestigiosa de Francia, donde adquirió, por 55 francos de la época, una pequeña pistola, una Browning de fabricación belga, que podía disimular perfectamente dentro del manguito de piel y cuyo gatillo era lo bastante suave para ella.

De la armería se hizo llevar directamente a la sede del periódico, situada entonces en la céntrica rue Drouot, y pidió ver al director. Gastón Calmette no se encontraba entonces en su despacho, por lo que Henriette Caillaux dijo que esperaría hasta que llegase. Tardó casi una hora. Hacia las seis de la tarde, el director de Le Figaro entraba por fin, decidido a recibir a la esposa del ministro, a pesar de que no tenía mucho tiempo.

Ella no tardó mucho en decirle que había ido a verle a causa de la campaña de descrédito contra su marido, decidida “a hablar de todo y decirlo todo” y, sin darle tiempo para ninguna explicación, sacó la pistola y apretó el gatillo seis veces hasta vaciar el cargador.

El arma no es muy precisa y Henriette tampoco era una tiradora experta. Dos de las balas impactaron contra la biblioteca, la tercera chocó contra la cartera del periodista, una cuarta le pasó rozando, pero las dos últimas le alcanzaron en el abdomen, una de ellas con una trayectoria que sería fatal.

En el juicio, diría que el primero de los disparos fue el único que realizó conscientemente, que los otros cinco “vinieron por sí mismos” y, de hecho, hasta que llegaron los primeros auxilios aún tuvo tiempo de dialogar con su víctima, intentando justificar su gesto.

Lo había hecho “porque no hay justicia en Francia”, a lo que Calmette, aún con vida pero muy malherido, replicaría con una frase que, para algunos, confirmaba la tesis de Caillaux sobre un complot dirigido contra él desde la presidencia de la República: “Solo he cumplido con mi deber –dijo–, y lo que hice lo hice sin odio”. Murió aquella misma noche en el quirófano.

Ascenso, caída y resurrección

Joseph y Henriette Caillaux se habían conocido en 1907, cuando ambos estaban casados, él con Berthe Gueydan, que proporcionaría después algunos de los documentos utilizados en la campaña de prensa, y ella con el escritor Léo Claretie.

Se casaron en 1911, después de sus respectivos divorcios. Formaban una pareja sentimentalmente muy sólida y económicamente poderosa. Caillaux era partidario del libre comercio como instrumento para evitar los conflictos, sin desdeñar por ello las oportunidades de enriquecerse en lo personal.

Nacido en 1863 en el seno de una familia conservadora y monárquica, se convirtió en su juventud en ferviente republicano, empezó su carrera como inspector de Hacienda y fue elegido diputado, por primera vez, en 1898.

Después de varios puestos políticos, incluido el de ministro de Finanzas, al igual que había sido su padre, en 1911 fue nombrado primer ministro durante unos meses (entre junio de 1911 y enero de 1912), período en el que llegó a desactivar una crisis colonial con Alemania –la crisis de Agadir–, haciendo concesiones territoriales en África Central a cambio de que Berlín no obstaculizase la expansión francesa en Marruecos.

Este pacto pretendía ser el primer capítulo de una alianza que hubiera debido incluir a Alemania, Rusia y el Reino Unido, pero en la política francesa tuvo el efecto contrario, porque acabó con su gobierno y le granjeó la animadversión de los medios más nacionalistas.

La victoria en las presidenciales de 1913 de Raymond Poincaré, que le había sustituido al frente del gobierno, parecía haberle dejado fuera de juego, atrincherado en la oposición radical. Sin embargo, en unos meses logró derribar al gobierno desde la Asamblea y, en diciembre, Gaston Doumergue formó un nuevo gabinete en el que Caillaux volvía a ser el ministro de Finanzas, a pesar de las profundas reticencias de Poincaré.

Un verano de vértigo

Fue en ese ambiente trepidante de traiciones y peligros entrecruzados en el que el director de Le Figaro emprendió la campaña de desprestigio contra Caillaux que le costaría la vida.

Después de vaciar el cargador de su arma, Henriette no intentó huir, sino que se presentó voluntariamente ante la policía. Su esposo dimitió como ministro al día siguiente, y se dispuso a defenderla a toda costa en un proceso que mantendría hipnotizada a la sociedad francesa durante los momentos más dramáticos de los prolegómenos de la guerra.

El asesinato en un atentado terrorista del archiduque Francisco Fernando de Austria y su mujer, la duquesa Sofía Chotek dio inicio a la IGM.

El asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando y su esposa se produjo el 28 de junio; el 14 de julio, el presidente Poincaré emprendió, a bordo del acorazado France, su visita oficial a San Petersburgo para sellar la alianza con Rusia en contra de Alemania; el juicio de Henriette Caillaux se inició el 20 de julio; y la sentencia fue dictada el 28, el mismo día en que Austria declaró la guerra a Serbia y comenzó el conflicto.

Ante los jueces, Henriette Caillaux siempre sostuvo que su intención fue la de asustar o escarmentar a Calmette, no la de matarlo, aunque nunca pudo negar que había sido un acto claramente premeditado. Tampoco pudo explicar por qué, en lugar de uno o dos disparos, acabó por vaciar todo el cargador.

Sorprendentemente, a pesar de todas las apariencias, sería absuelta, por considerarse los hechos como “un crimen pasional”, debido a la “fragilidad de espíritu propia de una mujer”.

En realidad, detrás del decorado judicial, en esa Francia abducida por los vientos de la inminente guerra, Caillaux había amenazado a Poincaré con desvelar testimonios que, supuestamente, obraban en su poder y que habrían demostrado que el presidente de la República había encargado la campaña para desprestigiarle, si el presidente –que tuvo que declarar– no utilizaba su peso institucional para favorecer un veredicto de inocencia.

Caillaux había contratado incluso a una banda de malhechores para que intimidasen a los testigos de cargo desde la sala

De hecho, el juez de instrucción y el presidente del tribunal eran conocidos suyos, igual que el ministro de Justicia y el fiscal general. Al parecer, Caillaux había contratado incluso a una banda de malhechores para que intimidasen a los testigos de cargo desde la sala, y luego se supo que varios de los miembros del jurado eran simpatizantes del Partido Radical.

El último acto

Henriette fue absuelta después de una breve deliberación del jurado, y el caso ocupó portadas en la prensa de medio mundo. Aunque seguía siendo diputado, Caillaux no volvió jamás a ser miembro del gobierno francés. Durante el conflicto, intentó buscar un arreglo que no costase a nadie ni concesiones territoriales ni indemnizaciones, pero nadie le escuchó.

 “Aquellos que nos llevan a la guerra no tienen ni idea de cómo es el enemigo que tenemos enfrente”, dijo antes de ser enviado como representante diplomático francés a Argentina y, posteriormente, a Italia. Su última intervención en la vida pública de su país sería, como parlamentario, votar a favor de otorgar plenos poderes al mariscal Pétain para firmar la humillante rendición ante Hitler en 1940.

Henriette falleció en enero de 1943, antes de que terminase la Segunda Guerra Mundial, y Joseph, en noviembre de 1944, cuando ya se había producido la liberación de Francia. Ambos fueron enterrados en sepulturas diferentes en el cementerio parisino Père-Lachaise.

 

 

Por ENRIQUE SERBETO/La Vanguardia

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