CUBA RINDIÓ HOMENAJE A LOS FALLECIDOS EN LA EXPLOSIÓN DEL HOTEL SARATOGA, EN LA HABANA VIEJA
LA HABANA (15 Mayo 2022).- Anoche la Fuente de la India llevaba un brazalete negro. Anoche la Fuente de la India, sentada en su trono, vio cómo se encendía La Habana. Una, cientos, miles… un sinfín de luces centellaron en las calles este viernes, seis días después de que el emblemático hotel Saratoga quedara en la memoria como el escenario fatal donde 46 vidas se perdieron para siempre.
Justo en frente de ese inmueble, en uno de los más
populosos sitios capitalinos, Cuba estuvo en vigilia. Hasta allí llegó todo un
pueblo. Ellos mismos, los que levantaron piedras en el polvo y sostuvieron las
clavijas del Saratoga –sin pensar en el descanso o en el peligro de un segundo
estremecimiento– volvieron, esta vez para dejar una flor, una luz, un último
mensaje a quienes perecieron en el derrumbe.
Al abrazo desgarrado en que se fundieron las familias
de los ausentes fue sumándose de a poco una fila humana, ininterrumpida, que
bordeaba el Parque de la Fraternidad. Un padre se llevó las manos a la cabeza
frente a la foto del hijo, una madre preguntó a toda voz por qué él y no ella;
una hija se arrodilló desplomada; un hermano dejó caer las lágrimas que no
pensó derramar tan pronto.
Otra vez Díaz-Canel llegó hasta el sitio del fatídico
accidente. Volvió no ya para saber cómo iba la extracción de la pipa de
suministro de gas ni cuántos desaparecidos quedaban, ni para preguntar cómo
estaban los rescatistas, tal como hiciera los pasados días, sino que estuvo
–vela en mano- para acompañar en el desconsuelo.
Sultán, el perrito salvado de entre los escombros, era
acariciado en la velada por la nieta de su dueña, quien falleciera también el 6
de mayo. La joven pasaba su mano sobre la mascota, como si de esa forma
prometiera a su abuela el recuerdo eterno.
Luego del cañonazo, más estremecedor que de costumbre,
en una pantalla fue proyectado el intercambio que sostuvieran los primeros rescatistas
y el puesto de mando del cuerpo de bomberos, al saberse del siniestro. Un
sobrecogimiento compartido dio paso al minuto de silencio, solicitado para
recordar y honrar a los fallecidos. Cada
ser acogió dentro de sí la imagen recurrente, el pensamiento propio, y guardó
el instante para siempre, como señal de despedida y tributo. Cuba, a un tiempo,
lo hizo y unió así, en un único gesto, una fuerza y un dolor colectivo.
Aún sin sosiego por lo ocurrido, el fulgor de un país
se alzó al unísono desde el parque y arropó a un mar de cubanos. Velas,
linternas… todas procuraban iluminar.
Todavía a medianoche, desde la Asociación Cultural
Yoruba de Cuba, un claro resplandor podía vislumbrarse a través de las
ventanas.
Quienes no pudieron estar en esa velada solemne, desde
sus casas o en los centros laborales también pidieron luz para las víctimas
mortales del siniestro, y agradecieron desde lo hondo a quienes no cesaron en las
labores para aliviar en lo posible el desastre vivido.
Frente al Saratoga tristemente desnudo, alguien
ofreció unos versos; unos sus velas e inciensos; otros su corazón desfallecido.
Cada cual, a su modo, todos para decir «te acompañamos hoy» o «estamos
contigo».
Un marcado silencio recorrió la noche en La Habana.
Mientras el sol se guardaba para darle paso a las luces, todo un pueblo lloró y
elevó su voz por la paz de sus hijos. También lo hizo, sin duda, la Isla toda,
presente allí, desde una falsa distancia, al estar, de punta a punta,
acompañando y en vigilia.
Fuente: GRANMA
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