MANSOS, CIMARRONES Y UNA QUE OTRA CACATA

La política es una actividad propiciadora de ensueños y caídas inesperadas, en donde quienes confieren vítores y grandes aplausos a sus actores, regularmente, son los mismos que profieren los más despiadados abucheos y los empujan hacia el escarnio y al abismo.

En esta actividad incursionan figuras y personalidades de renombre y éxitos en otras áreas del quehacer humano, seducidos, casi siempre, por profesionales de la política, colocándolos como carnadas para concitar simpatías perdidas y revitalizar sus entidades partidarias ante la población.

De esta forma empresarios, artistas, deportistas, periodistas, abogados, ingenieros, comerciantes, y personas de honras  bien ganadas, son blancos idóneos para los estrategas políticos cuando buscan atractivos frescos en procura del voto.

Existen otros,  que solo califican por su buen posicionamiento económico, no importa la forma como lo hayan logrado, detalle éste que,  parece no importarle a nadie, aunque afirmen lo contrario, indiscutiblemente, lo importante es el efectivo.

Vivimos en un desfase, en el que no siempre quien resulta electo cuenta con la mayor simpatía entre los votantes, pero sus maniobras y estrategias políticas, amparadas por grandes recursos económicos y mediáticos,  son sus mejores aliados para convertir la miseria y necesidades de la población en esperanzas,  y  éstas a su vez, traducirlas  en votos.

De ahí, las frustraciones que sufrimos en casi todos los aspectos, por la escasez de funcionarios que cumplan con sus  responsabilidades  en los cargos que ocupan sean estos electos mediante voto, o designados por quien ocupa dirección de la cosa pública, es por eso que  se dificultan las soluciones y no avanzamos como debiéramos, amén,  de las buenas intenciones que existan al respecto.

La política como las guerras deja a su paso metas e   ilusiones mutiladas, pero también, tiene sus grandes beneficiarios, en aquellos que la han convertido en un negocio sumamente lucrativo, lícito para toda actividad comercial.

Así, estupefactos,  observamos como  sin rubor alguno, caminan asidos de  las manos,   mansos,  cimarrones y una que otra cacata,   postulando esperanzas a las ansias y necesidades de la población.

Y nada debe de extrañarnos, pues,  a lo mejor tienen suerte,  porque en éste país, y  muy especialmente en San Cristóbal, todavía "viene Juan y  jalla."



Por LEONARDO CABRERA


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