El golpe de Estado fascista en Chile y la muerte de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, marcan una fecha de profundo dolor y de dramáticas e imperecederas lecciones para nuestros pueblos. A pesar del largo tiempo que ha transcurrido desde entonces, nadie ha logrado olvidar lo sucedido; por el contrario, el tiempo transcurrido ha agigantado el ejemplo heroico del presidente constitucional de Chile, caído defendiendo consecuentemente los principios que caracterizaron toda su vida política y revelado con más fuerza aún el carácter de la tragedia ocurrida entonces. Así ocurre cuando sucesos de esta magnitud tienen lugar: el futuro los sitúa con mayor relevancia y significación aún.
Tuve el privilegio de conocer y tratar personalmente
al presidente Salvador Allende. Era un hombre culto, afable, generoso,
comunicativo, convencido con pasión e inteligencia de la certeza de sus ideas.
Era un generador infatigable de iniciativas a favor de su pueblo y un
apasionado defensor de Latinoamérica; se sintió siempre un patriota de nuestra
América.
Tuvo Allende dos elementos esenciales en su carácter
que no se pueden olvidar: la inteligencia y el amor. Nadie fue más fiel
defensor del ideal democrático que él y se convirtió así en el ejemplo más
destacado de estos valores en el siglo XX.
Cuando lo recuerdo, viene a mi mente una anécdota de
algo que me ocurrió en Santiago de Chile en 1971, en ocasión de la visita a ese
país del compañero Fidel. Nos encontrábamos en una pequeña habitación de
nuestra embajada en Santiago y Fidel conversaba con un grupo de dirigentes de
la izquierda chilena. Ellos querían medidas más radicales que las que estaba
promoviendo Salvador Allende en aquellas circunstancias, incluso formularon
determinadas críticas al presidente Allende. En medio de aquellos debates,
Fidel les planteó conmovido lo siguiente: “Ustedes por aquí conocen mucho de
las doctrinas revolucionarias; nosotros, en el Caribe, tenemos un sentido más
práctico, y eso me lleva a afirmarles a ustedes que aquí en Chile la revolución
la hace Allende o no la hace nadie”. Lamentable y dramáticamente, la vida le
dio la razón a Fidel. Decía esto nuestro Comandante en Jefe para mostrar la
necesidad de la más estrecha unidad en torno al presidente mártir, quien
representó, como nadie, el ideal de un programa socialista por vías legales e
institucionales durante aquel tiempo histórico.
En Europa, lo más valioso del pensamiento socialista
del siglo XX —el leninismo de un lado y el programa de transformaciones que
preconizaba la llamada socialdemocracia del otro— fueron conducidos a la
derrota y a la claudicación. En cambio, Allende, desde el Nuevo Mundo, llevó
nuestras ideas como correspondía a nuestra tradición: hasta sus últimas
consecuencias, entregando su vida a favor de la utopía universal del hombre.
Allende fue consecuente con sus ideales. Eso es lo que
diferencia el pensamiento socialista europeo del siglo XX con el pensamiento
latinoamericano. Por eso, cuando nos quieren caracterizar con el nombre de tal
o cual doctrina europea, nosotros cuestionamos esas etiquetas. En América
partimos de realidades y tradiciones diferentes a las de Europa y ello nos
impone ser consecuentes con las ideas que defendemos. Esa la lección moral y
política que ha dejado para la posteridad esta figura ejemplar.
En Europa, la vacilación y el entreguismo desembocaron
en el derrumbe de la URSS y de las ideas de Lenin y, asimismo, en una profunda
crisis de lo que se llamó izquierda socialista. En cambio, en el ejemplo de
Allende se expresa el ideal utópico que conduce a la liberación del hombre y al
triunfo de la justicia a escala universal. Aquí el socialismo adquiere un
contenido muy real y es un ejemplo para el futuro. Los socialistas de América
rinden tributo emocionado a sus héroes, entre los cuales se cuenta el presidente
Allende. Y sienten un profundo desprecio hacia aquellos que traicionaron a la
izquierda socialista europea.
Era Chile el país latinoamericano donde más alto
desarrollo alcanzó el llamado pluripartidismo, el sistema político-jurídico de
la democracia burguesa latinoamericana, que entró en crisis porque la
aplicación consecuente y honesta de un programa social radical era incompatible
con el régimen económico vigente, que tenía a su disposición su recurso
preferido: las fuerzas armadas y la violencia fascista. Se comprobó
dramáticamente que cuando los intereses creados aprecian que las vías legales
pueden conducir a un cambio radical, apelan a violentar todo el sistema
jurídico. De esta forma, con el sacrificio de su vida, Allende alcanzó la más
alta dignidad de la ley y la democracia sobre fundamentos populares, que es lo
que necesita América. La defendió en su martirologio escribiendo una página de
decoro en la historia del derecho.
El significado histórico de la ruptura del régimen
democrático chileno en 1973 muestra que cuando se lleva de forma consecuente un
programa democrático por vía electoral, las dificultades y obstáculos para
materializarlo están ahí muy claros. En fin, la lección principal y
dolorosamente adquirida en estos años se halla en que la disyuntiva no era
entre caminos pacíficos o violentos. El asunto es más sutil, porque
cualesquiera que fueran los caminos por transitar, Allende va a estar detrás de
los sucesos de la historia de América.
Desde su heroica caída en el Palacio de la Moneda,
defendiendo el orden constitucional que él representaba, la figura de Salvador
Allende suscita el respeto más profundo y la admiración emocionada porque supo
ser consecuente hasta el último momento de su vida con los ideales a los que
dedicó todo su talento político, su fe inconmovible en el futuro de Chile y de
América Latina. Su imagen como presidente constitucional de Chile y su muerte
heroica en el Palacio de la Moneda, haciendo frente al golpe fascista de
Pinochet y su pandilla, es un símbolo de la dignidad de nuestros pueblos.
Esto es lo que representa ante nosotros el presidente
Allende, cuyo martirologio se levanta hoy ante las presentes y futuras
generaciones como un ejemplo de dignidad y decoro imperecedero.
Por ARMANDO HART DÁVALOS
El autor es destacado intelectual cubano
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