APUNTES DE CINE FAMILIA Y ENFERMEDAD EN EL CINE DE FLORIAN ZELLER
Al realizador, novelista y dramaturgo francés Florian Zeller precisa encomiársele su interés por coser, sobre los hilos de la sinceridad y la sensibilidad, un par de textos fílmicos sustentados en cómo afecciones mentales, al alza hoy día, repercuten sobre el tejido emotivo sentimental de la familia contemporánea, lo cual examina, con aciertos y yerros, en sus cintas El padre (2020) y El hijo (2022).
Apreciadas dentro del ciclo Padres multiplicando
miradas –Infanta Sala 1, del 27 al 30 de julio–, en la primera de las dos
películas los ojos representan la herramienta prima a través de la cual un
intérprete del rango histriónico de Anthony Hopkins expresa la enfermedad de su
personaje. En la mirada vagabunda escogida por el actor se asienta cuanto queda
de un ser humano dañado por el Alzheimer. A través de su pupila a la deriva, se
esfuma la historia de un hombre que, por muchos momentos, ya no resulta capaz
de reconocerse a sí mismo ni a los suyos.
Inspirada en la obra teatral de Zeller, estrenada en
2012, El padre cuenta con la extraordinaria fortuna de ser defendida por ese
señor de la escena británica –quien, lo dicho, levanta la película sobre el
poder de sus ojos–, junto a Olivia Colman, otra dama de la realeza histriónica
inglesa, la cual incorpora el personaje de su hija.
Sin embargo, la hilatura dramatúrgica del largometraje
no se encuentra a la altura del peso actoral. Zeller sortea la raíz escénica
del trabajo a través de la sabia edición de Yorgos Lamprinos y la fotografía de
Ben Smithard, pero a la hora de manifestar en pantalla la confusión mental del
personaje central, trastoca al espectador, pues no establece un centro de gravedad
para el anclaje de lo real.
Podría argumentarse que es intencional, en tanto el
relato asume el divagador punto de vista del anciano; aunque el asunto no es
ese, sino la anfibología en la construcción/orden dramáticos.
Al margen de su brillo, El padre tampoco porta el
aliento poético, la hondura, fuerza desgarradora, sutileza e inteligencia de
otros títulos de temática más o menos similar, pero revestidos de mayor solidez
como Lejos de ella (Sarah Polley, 2006), Amor (Michael Haneke, 2012) o Nebraska
(Alexander Payne, 2013).
El hijo, segundo peldaño fílmico adaptado del tríptico
teatral de Zeller y, en términos cronológicos, precuela de El padre, se aleja
del Alzheimer, para enfocar otra patología, la depresión –epidemia de nuestros
días–, que afecta al adolescente hijo del personaje central.
Si bien Zeller gana aquí en claridad narrativa en
relación con El padre –tanto que su nuevo filme peca de demasiado explicativo y
su desenlace se presiente con bastante antelación, debido a esta misma causa–,
El hijo pierde en consistencia dramática, al aproximarse al personaje del joven
enfermo, los desgarros que le embargan el alma, la naturaleza de su pena.
Ello obedece a la incorrecta decisión de guion de que,
a su martirio individual, accedamos fundamentalmente desde la perspectiva
paterna o la vía informativa suprapersonal, no sobre la base del conjunto de
acciones del adolescente que permitan conocerlo mejor y acercarnos a comprender
el sentido de sus determinaciones.
Por JULIO
MARTÍNEZ MOLINA/Granma
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