La clase política dominicana ha sido acremente denostada, vituperada y acusada de corrupta, en una acción a todas luces injusta, con el agravante, de que se ha querido meter a todo el mundo, en el mismo saco.
Y todo porque una milésima parte y quizás, en menor
proporción, se haya visto envuelta en supuestos desmanes que contraviene las
buenas costumbres. Incluso se ha llegado al extremo de sentar a algunos en los
banquillos judiciales y, además, al imperdonable abuso de encerrar a otros.
¡Qué barbaridad!
Los políticos han sufrido muchas vejaciones y
desconsideraciones por parte de la ciudadanía, que solo por haber votado por
ellos, se cree con el derecho y la potestad de poner su moral y honestidad en
tela de juicio y siempre están dudando de su seriedad.
Tal si se tratara de personas inescrupulosas, y no de
sacrificados hombres y mujeres que entregan sus mejores esfuerzos con dedicación
y esmero por el bienestar de la Patria.
Es tiempo ya de que termine esa malsana práctica en
contra de nuestra clase política, que le valoremos y dejemos trabajar en paz,
sin bullas ni estridencias, si de un momento a otro, se montan en vehículos de
lujos, compran suntuosos apartamentos, fincas, yates, helicópteros, etc y etc, y muchas más etcéteras, que dicho sea
de paso, bien se merecen.
Estamos conscientes, además, que esas inversiones y
las jugosas cuentas bancarias aquí y en exterior, tienen el firme propósito de
garantizar y facilitar los trabajos que cada día realizan por el país.
Y que se sepa, sin tomar ningún descanso.
Debemos ser más consecuentes, y entender que son
muchos los recursos y compromisos en que deben incurrir para llegar a la
posición y que por eso, el Estado, como indefenso proveedor, está en la
obligación de resarcir toda su inversión, con sus intereses incluidos, los
viáticos, gastos de representación, más las ñapas y las ñapitas que aparezcan.
No obstante, hay que reconocer que existen quizás, no
muchas, pero sí honrosas excepciones que merecen nuestra distinción y respeto,
aunque por la confusión, es posible que necesitemos la lámpara de Diógenes de
Sinope, para poder verlas y estrechar sus manos.
Pero como dice el refrán, a quien Dios, se lo dio, San
Pedro, se lo bendiga. aunque corra la misma suerte de San Cristóbal, convertida
en un verdadero desastre, el que sin
querer queriendo, y para colmo de
sus males, a veces, su gente
aplaude Bendiciones.
Por LEONARDO
CABRERA DIAZ
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