Pocas horas antes de que un inspector de la policía local de Murcia interviniera en un concierto para impedir que la cantante Rocío Saiz enseñara las tetas sobre el escenario, yo estaba con una amiga tomando el sol en topless.
Y poco después, aún sin conocer la noticia de Murcia, estaba comentando con esta amiga hasta qué punto el hecho de ir con el torso desnudo nos había influido durante una conversación que habíamos tenido con otros bañistas. Tanto a nosotros como a ellos.
Hay algo en relación con los senos femeninos que,
colectivamente, no acabamos de gestionar bien. Quizás esta sea la causa de que
el “no sé por qué dan tanta miedo nuestras tetas” de Rigoberta Bandini –una
frase de calidad poética más bien limitada– se convirtiera de un día para otro
en un himno feminista y empoderador.
Los pechos de mujer tienen un alto componente de tabú.
Rara vez pasan desapercibidos. Hay a quienes les excitan, hay a quienes les
cohíben. El caso es que cuando se ven más de la cuenta se nos señala. Si a una
famosa se le fotografía un pecho, es noticia. Llevamos sujetadores para que no
nos bailen, no se nos noten los pezones y no nos acaben cayendo más de lo
inevitable al cabo de los años.
Pero una cosa es que alguien, en su esfera personal,
tenga problemas en la gestión de los senos femeninos y otra cosa es que haya
quien se crea con la autoridad de censurarlos o de exigir a las mujeres que los
escondan. Facebook e Instagram censuran los pezones femeninos y no los pezones
masculinos desde hace años. Igual que hay quien piensa que un cantante tiene
todo el derecho del mundo a cantar sin camiseta, pero Rocío Saiz no lo tiene.
Pero que unos policías pretendan censurar un concierto
como si estuviéramos en la época predestape no tiene razón de ser y sus
superiores harían bien en cerrar la investigación que han abierto con un
mensaje claro, que sirva para que los hechos no se repitan. Tal y como ha hecho
la Generalitat, que ha enviado una comunicación a todos los ayuntamientos para
advertirles que prohibir el topless en las piscinas municipales es una
discriminación, lo mismo que exigir a quienes lo hacen que lo dejen de hacer.
Por GEMMA RIBAS MASPOCH
La autora es columnista de La Vanguardia
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