Un fragmento de “Confrontando el cristianismo”, de Rebecca McLaughlin (Andamio Editorial, 2023). Puede saber más sobre el libro aquí.
En el capítulo 1, confesé que mi serie preferida de
todos los tiempos era la serie británica de ciencia ficción Doctor Who. El
Doctor se enfrenta a situaciones de vida o muerte casi todos los días. Estar a
punto de morir es para él como desayunar para ti o para mí. No obstante, en uno
de los episodios, las condiciones cambian. El Doctor y sus amigos experimentan
dos mundos: uno es un sueño; el otro es un mundo real. Si mueren en el mundo de
los sueños, se despiertan en la realidad. Si mueren en el mundo real, están
muertos. Pero el problema es este: no saben cuál es cuál.
La Biblia nos ofrece otro mundo, otra afirmación sobre
la realidad. Nos dice que la única manera de vivir de verdad, ahora y por la
eternidad, es morir. Y ese tiempo se está agotando. Jesús dice: “Si alguien
quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y
seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda
su vida por mi causa, la encontrará” (Mt. 16:24-25).
Todos los días lucho por creer en el mundo de Jesús.
No me refiero a aceptarlo en el plano mental. Considero las alternativas menos
convincentes por las razones que he presentado en este libro. Pero lucho en mi
corazón por vivir esta verdad: negarme a mí misma, tomar mi cruz, creer que
Jesús es mi vida. Y, sin embargo, todos los días encuentro huellas de este
hombre imposible en mi vida, llamándome a participar en una historia mucho más
grande y extraordinaria de lo que mi propia vida podría llegar a ser.
En el mundo de Jesús, encontramos un vínculo de unión
entre las verdades de la ciencia y de la moralidad. Encontramos una base sobre
la que decir que todos los seres humanos son igual de valiosos y un llamamiento
a amar en medio de la diversidad. Encontramos una visión del amor que es mucho
más profunda de lo que nuestros corazones pueden soportar ahora y una intimidad
más real que la que nuestros débiles cuerpos han podido experimentar nunca.
Descubrimos un diagnóstico de la naturaleza humana por el que el pecado nos
atraviesa y, sin embargo, por gracia podemos redimirnos. Vemos que somos
llamados a cuidar de los pobres, de los oprimidos y de los que están solos, un
llamamiento que surge del corazón del mismo de Dios y que se basa en la
esperanza de que un día toda lágrima se enjugará, todo estómago estará
satisfecho y todo marginado será aceptado. Sin embargo, no encontramos
respuestas fáciles ni un camino fácil. Por el contrario, encontramos un
llamamiento a venir y morir.
[...]
Amigo o amiga, si te estás conformando con creencias
diferidas y esperas que el universo tenga un plan; si crees que la igualdad de
los seres humanos es evidente, pero no sabes por qué; si te preguntas si
alguien que conociera tus pensamientos secretos podría amarte de verdad, ven a
Jesús. Ven al hombre que trajo esperanza a los esclavos oprimidos. Ven al
hombre que llama a los muertos a salir de sus tumbas. Ven al hombre que podría
haber cubierto la culpa de Dzhokhar Tsarnaev cuando el toldo del barco en
Watertown no pudo. Acércate al hombre que encontró a mi amiga Rachel en una
biblioteca de Yale cuando se dio cuenta de lo poco que merecía su misericordia
y de lo mucho que la amaba Jesús y su corazón se llenó de agradecimiento al
entregarse a él.
“Yo soy la resurrección y la vida”, le dijo Jesús a
Marta. Y ahora te dice a ti lo mismo: “El que cree en mí vivirá, aunque muera;
y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?”.
Por REBECCA MCLAUGHLIN/Protestante Digital
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