SENSIBILIDAD

Siempre que uno intenta imaginar las ocupaciones y prioridades de un Jefe de Estado, en cualquier nación del mundo, surge la certeza de que esa persona asume responsabilidades tan elevadas, y dispone de tan poco tiempo, que resulta casi imposible desligarse de los grandes asuntos y prestar atención a problemáticas que podrían catalogarse como menos urgentes, porque atañen a determinados grupos o se relacionan con cuestiones más específicas de una u otra esfera en la economía o los servicios.

Sin embargo, los que conocimos a Fidel y los que hurguen en la historia para ahondar en su accionar como líder indiscutible de la Revolución Cubana, podrán descubrir la impresionante capacidad del Comandante en Jefe, para prestar atención a cuestiones quizá no tan estratégicas, desde el punto de vista de la gobernabilidad de una nación, pero sí inmensamente humanas.

La sensibilidad de Fidel y esa virtud de acomodar su grandeza en los márgenes de lo más pequeño, se expresó en los albores mismos del triunfo revolucionario, allá en aquel 24 de diciembre de 1959, cuando decidió irse a compartir con las familias pobres de la Ciénaga de Zapata, y sentarse a la mesa con los humildes, para quienes y por quienes había emprendido el largo camino de la justicia.

Los que conocimos a Fidel y los que hurguen en la historia para ahondar en su accionar como líder indiscutible de la Revolución Cubana, podrán descubrir la impresionante capacidad del Comandante en Jefe, para prestar atención a cuestiones quizá no tan estratégicas, desde el punto de vista de la gobernabilidad de una nación, pero sí inmensamente humanas

Luego se fueron sumando impresionantes muestras de una forma de gobernar que lo convertían en excepcional líder. Así fue, y gracias a eso muchos pueden recordar a Fidel interesado por el rendimiento académico, la práctica del deporte y hasta por el horario docente de una escuela en el campo; múltiples imágenes lo muestran indagando con un sencillo obrero de una industria sobre los resortes de su maquinaria; comprobando la eficacia de un equipo médico o la terminación de un círculo infantil.

Se le solía ver, inmerso y preocupado por asuntos que en otras latitudes poco o nada interesan a una personalidad de su rango político, diseñando cómo lograr que las aulas de la enseñanza primaria o secundaria tuviesen menos niños por maestro o cómo conseguir profesores más integrales, incluso calculando aportes proteicos en meriendas o almuerzos escolares. No se detuvo hasta que la computación se puso al alcance de cualquier cubano de todas las edades, en un genial programa que dio vida a los Joven Club de Computación y Electrónica.

A Fidel nada le era ajeno. Si algo tenía que ver con la salud, la educación y la cultura de su pueblo, de inmediato se convertía en prioridad, no importa si se trataba de un pequeño grupo de niños aquejados de una enfermedad poco común como la xerodermia pigmentaria, o de otros con autismo o fibrosis quística; no importa si se trataba de pequeñas escuelas donde un minúsculo grupo de pioneros aún no tenían un televisor; no importa si se trataba de uno, de dos o de tres pequeños con limitaciones físicas, ellos también merecieron su atención y para ellos ideó instituciones tan prestigiosas como la escuela Solidaridad con Panamá.

Más de una vez protagonizó uno de los episodios sumamente inusuales en el entorno político de cualquier país. Especialmente en nuestra región promovió, impulsó y presidió congresos estudiantiles a todos los niveles, incluida la maravillosa experiencia de hacerlos con los pioneros y detenerse a escuchar, durante jornadas completas, todo cuanto tenían que decir.

Siempre hubo una coherencia en su forma de asumir la importancia de cualquier persona, por sencilla o anónima que esta fuera. No permitió que el Granma siguiera navegando cuando Roberto Rosquete cayó al mar en la madrugada del 1ro. de diciembre de 1956, ni aceptó la idea de que el niño Elián González permaneciera secuestrado y alejado de su padre. Se trataba en ambos casos, separados por el tiempo, de dos seres humanos que merecían tanta importancia como todo un ejército o todo un pueblo.

De aquella sensibilidad extraordinaria y ejemplar hay huellas imborrables en el imaginario popular de Cuba y en muchas otras regiones del planeta, donde miles y miles de personas admiraron y admiran esa peculiar forma de hacer política, siempre poniendo al ser humano en el centro de toda acción, un amuleto que preservó a Fidel de los devaneos o banalidades que suelen acompañar a los que usan el poder y la fama con fines ajenos a los intereses de los pueblos.



Por MIGUEL CRUZ SUÁREZ/Granma

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