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Betina Sandra Campuzano galardonada con el Premio Casa de las Américas en Ensayo artístico-literario

LA HABANA, Cuba (11 Junio 2024).- Argentina se llevó todos los premios en la reciente edición del concurso Casa de las Américas. En Ensayo de tema artístico-literario, el jurado eligió la obra Hace tiempo que caminas. El testimonio andino de la violencia política en el Perú, de Betina Sandra Campuzano, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Salta.

Grato fue para Granma conversar con su autora, quien se define a sí misma como un producto de la Universidad pública de Salta, la UNSa. De tal denominación, nos explica

«Como con las crónicas y los testimonios, en mi trayectoria ambas posiciones –profesora y escritora– están imbricadas, más aún si se trata de la universidad pública y el rol de docente investigadora. Creo que, en mi historia de vida, se han reunido dos cosas: un obstinado deseo, en el sentido sicoanalítico, y la posibilidad de acceso a la universidad pública y gratuita en Argentina».

–El título de su ensayo invita a leer…  ¿A quién va dirigida esa segunda persona?

–El título responde a un fragmento de Ángel de Ocongate, un relato del autor peruano Edgardo Rivera Martínez. En su argumento, un danzante sin memoria anda errante por los poblados. Sin saber quién es, se encuentra en el camino con diferentes personas, desde una mujer hasta un pongo –que, en los Andes, es el indígena que hace tareas de servicio–. Pero nadie lo reconoce, hasta que se encuentra con un anciano que habla un quechua desusado, le dice: «Eres el danzante sin memoria, eres el Ángel de Ocongate y hace tanto tiempo que caminas». Lo envía a la capilla en Ocongate. Allí, este forastero o errante se reconoce a sí mismo: entre las figuras de danzantes en relieve, halla su sombra en un contorno que está ausente, que fue alcanzado por una centella.

«Entiendo que, en alguna medida, todos somos un poco ese danzante sin memoria, ese ángel del barroco colonial andino caído, alcanzado por el rayo, que anda en búsqueda de su memoria. Lo somos tanto los informantes y los testimoniantes de los textos que abordo en el ensayo, como nosotros mismos –los lectores, los escritores, los críticos contemporáneos– que buscamos que una comunidad nos reconozca como parte suya».

–Casa de las Américas cumple 65 años y, en ese contexto, gana el premio. ¿Qué significa para usted merecerlo?

–Otra vez, la memoria, el camino o la trayectoria. Cuando era estudiante avanzada, y obtuve la beca de investigación en el CIUNSa, leí Biografía de un cimarrón, de Barnet, y Me llamo Rigoberta Menchú, de Burgos Debray. Ambos son textos paradigmáticos, por distintos motivos, del proyecto cultural de Casa de las Américas e inauguran, sin duda, la institucionalización del género. Ese valor lo entendí tempranamente, pero lo que más me emocionaba del testimonio y del proyecto de Casa, en aquel tiempo de estudiante, era que se trataba de otra literatura, una más híbrida, que se escapaba del corsé disciplinario, que era una poética migrante que se desplaza de un territorio a otro.

«Unos años después, junto con unos amigos, decidimos viajar de vacaciones a Cuba. Salimos a caminar por el malecón. Absortos en el camino, no nos dimos cuenta de que habíamos llegado a Casa de las Américas. Cuando lo advertimos, le pedí a mi amigo que entráramos a ver qué libros había. El señor que atendía la librería nos recibió bien, pero nos explicó que debía cerrar antes porque ya empezaba la ceremonia de los Premios Casa de las Américas, que, si queríamos, podíamos quedarnos, que seríamos sus invitados. Aceptamos sin ninguna duda y, mientras mi amigo sacaba las fotos más hermosas de esa escultura imponente que domina el escenario, yo me emocionaba por escuchar quién ganaba ese año, justo, la categoría de testimonio.

«Por todo esto, y más allá del imbatible prestigio que este premio tiene para la carrera de cada uno de los galardonados, para mí, este premio resulta un tejido insospechado, cuyos hilos se fueron trenzando a lo largo de 20 años por caminos impensados o, aparentemente, inconexos. Hoy, se trata de volver con un ensayo sobre el testimonio andino a la Casa del testimonio hispanoamericano. Soy, en ese sentido, también, una especie de Ángel de Ocongate que encuentra su sombra en Casa de las Américas, que termina su errancia cuando se encuentra con el anciano que habla un quechua desusado y lo reconoce: eres una danzante sin memoria y hace tanto tiempo que caminas».

 

 

Por MADELEINE SAUTIÉ/Granma

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