Tras reflexionar recientemente sobre la llamada “generación de cristal”, no podemos dejar de mirar hacia quienes han contribuido, quizás sin quererlo, a su fragilidad: los llamados “padres de algodón”.
Padres que, movidos por un deseo sincero de evitar a sus hijos todo sufrimiento, han terminado envolviéndolos en una burbuja de protección excesiva.
En lugar de preparar a sus hijos para el mundo, han intentado preparar el mundo para sus hijos, eliminando obstáculos, frustraciones y límites. Pero la vida no se puede acolchar.
Amar no es evitar toda caída, sino enseñar a levantarse.
Urge redescubrir la fortaleza que nace del esfuerzo, del error, de la corrección oportuna. La sobreprotección, aunque bien intencionada, debilita.
Hasta mañana, si
Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO
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