San Agustín de Hipona buscó durante mucho tiempo la verdad fuera de sí, en filosofías, placeres y honores humanos. Sin embargo, un día descubrió que el Señor, al que buscaba con tanto afán, habitaba en lo más profundo de su corazón.
Ese encuentro interior fue decisivo. Comprendió que
solo en Dios estaba la verdadera paz y la esperanza que tanto anhelaba. Desde
entonces, su vida cambió de rumbo, dejando atrás las sombras del pasado para
abrazar la luz de Cristo.
La experiencia de Agustín nos enseña que muchas veces
buscamos lejos lo que ya tenemos dentro: el Señor siempre está en nosotros,
esperando ser descubierto y acogido. Allí nace la esperanza que nunca muere.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por MONSEÑOR RAMÓN BENITO DE LA ROSA Y CARPIO
El autor es Arzobispo Emérito de Santiago de los
Caballeros


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