Papa León XIV: la esperanza cristiana mira más allá, el Papa Francisco ha dado testimonio
CIUDAD DEL VATICANO (3 Noviembre 2025).- El Papa celebra en la Basílica de San Pedro la misa en memoria de su predecesor y de todos los cardenales y obispos fallecidos durante el año. En la homilía, el Pontífice habla del dolor y el escándalo ante la muerte de «un frágil» arrebatado «por una enfermedad o, peor aún, por la violencia de los hombres». Pero, añade, ante esto, la esperanza cristiana ayuda a mirar más allá: «No estemos tristes como los demás que no tienen esperanza».
León XIV habla de «esperanza» en la misa en memoria
del Papa Francisco y de los ocho cardenales y 134 arzobispos y obispos
fallecidos durante el último año. La esperanza cristiana, la esperanza
«pascual» de la resurrección, la esperanza que no defrauda, que es don y
gracia, que permite no desanimarse incluso ante la muerte de personas frágiles
arrancadas de la vida por una enfermedad o por muertes trágicas o traumáticas,
como las de niños o inocentes. Muertes «aterradoras», estas últimas, que Dios
Padre no quiere y por las que «envió a su Hijo al mundo para liberarnos».
Solo Él puede llevar sobre sí y dentro de sí esta
muerte corrupta sin ser corrupto. Solo Él tiene palabras de vida eterna —lo
confesamos trepidantes aquí, cerca de la tumba de San Pedro— y estas palabras
tienen el poder de reavivar la fe y la esperanza en nuestros corazones.
El
Papa Francisco, testigo de la esperanza
Esta esperanza, el Papa Francisco y los cardenales y
obispos fallecidos desde octubre de 2024 hasta hoy «la han vivido, testimoniado
y enseñado». Que sus almas puedan «brillar como estrellas en el cielo», dice el
Pontífice en la homilía, que comienza con un recuerdo propio de Francisco, a
quien profesa «gran afecto».
Falleció después de abrir la Puerta Santa y de haber
impartido a Roma y al mundo la bendición pascual. Gracias al Jubileo, esta celebración
—la primera para mí— adquiere un sabor característico: el sabor de la esperanza
cristiana.
El
trauma de la muerte de los pequeños
El Papa desarrolla su reflexión a partir de las
lecturas de la liturgia de hoy, comenzando por el «gran icono bíblico» que
resume el sentido del Año Santo: el relato de los discípulos de Emaús en el
Evangelio de Lucas. «En él se representa plásticamente la peregrinación de la
esperanza, que pasa por el encuentro con Cristo resucitado». El punto de
partida es «la experiencia de la muerte» en su peor forma: «La muerte violenta
que mata al inocente y deja así desanimados, desalentados, desesperados».
Cuántas personas —¡cuántos «pequeños»!— incluso en
nuestros días sufren el trauma de esta muerte espantosa porque desfigurada por
el pecado.
Una
esperanza «nueva»
«Por esta muerte no podemos y no debemos decir laudato
si’», afirma León XIV, refiriéndose al Cántico de las Criaturas, en el que San
Francisco llamaba a la muerte «hermana». La muerte «aterradora» de tantos
pequeños inocentes, afirma el obispo de Roma, «Dios Padre no la quiere» y envió
a Cristo para liberar a todos de este yugo y dar esperanza. Una esperanza
totalmente «nueva», subraya.
León
XIV: una realidad nueva, un don, una gracia
Es gracias a ella que los cristianos no son vencidos
por la muerte. «Nos entristece, por supuesto, cuando un ser querido nos deja.
Nos escandaliza cuando un ser humano, especialmente un niño, un «pequeño», un
frágil, es arrebatado por una enfermedad o, peor aún, por la violencia de los hombres.
Como cristianos, estamos llamados a llevar con Cristo el peso de estas cruces»,
afirma el Pontífice.
Pero no estamos tristes como quienes no tienen
esperanza, porque ni siquiera la muerte más trágica puede impedir que nuestro
Señor acoja en sus brazos nuestra alma y transforme nuestro cuerpo mortal,
incluso el más desfigurado, a imagen de su cuerpo glorioso.
«No estamos tristes como los demás que no tienen
esperanza».
La «esperanza pascual» es muy diferente de la humana,
añade el Pontífice. Es diferente de la de los griegos, los judíos, los
filósofos y la ley. Es la esperanza fundada «única y totalmente en el hecho de
que el Crucificado ha resucitado», «es una esperanza que no mira al horizonte
terrenal, sino más allá, mira a Dios, a esa altura y profundidad de donde ha
salido el Sol que ha venido a iluminar a los que están en las tinieblas y en la
sombra de la muerte».
Entonces sí, podemos cantar: Laudato si’, mi Señor,
por nuestra hermana muerte corporal. El amor de Cristo crucificado y resucitado
ha transfigurado la muerte: de enemiga la ha convertido en hermana, la ha
apaciguado. Y ante ella no estamos tristes como los demás que no tienen
esperanza.
Por SALVATORE
CERNUZIO/Vatican News


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