También entre nosotros, los que servimos a Dios en la vida eclesiástica, se viven momentos difíciles, incomprensiones y pruebas que tocan lo más hondo del corazón. No somos inmunes al dolor ni ajenos a las luchas humanas.
A veces nos sorprenden la fragilidad y el cansancio,
la soledad o la ingratitud.
Pero siempre, al final, cuando todo parece oscuro,
descubrimos la mano de Dios que sostiene y consuela. Él actúa con discreción,
pero con poder; no abandona a quienes le sirven, sino que purifica y fortalece
su fe.
En cada tropiezo, su gracia se manifiesta, recordándonos, una vez más, que nuestra vida, aun entre sombras, es obra suya y está en sus manos amorosas.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Por RAMÓN BENITO DE LA ROSA Y CARPIO
El autor es arzobispo emérito de la arquidiócesis de Santiago


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