MADRID (23 Abril 2016).- Definitivamente, el Málaga
es un tormento para el Atlético de Madrid. Hace dos años le impidió ser campeón
ante su gente y le obligó a ir a Barcelona a jugársela. Y esta vez estuvo a
punto de hacer lo mismo. Es Javi Gracia un entrenador con pocos focos para lo
que su trabajo merece. De la nada, ha vuelto a construir un equipo incómodo
hasta el extremo y con capacidad para llegar al Vicente Calderón y darle un
buen susto a uno de los candidatos al título. Incómodo, terminó el Atlético
boqueando, pidiendo la hora para resistir en la carrera por el título.
Fue Correa, un secundario, quien resolvió un
problema con una acción lúcida y alguna otra que pudo acabar en gol. Fue
Correa, un regateador, especie en extinción, quien arrancó los puntos de los
brazos del Málaga, que terminó generando ocasiones y poniendo el corazón en la
boca del personal, resignado, que no acostumbrado, al paso atrás que da su
equipo nada más marcar el primer gol en los partidos. Con media hora para el
final, el Atlético se echó descaradamente atrás, probablemente demasiado, y
terminó pasándolas canutas acaso sin necesidad.
El primer tiempo terminó con el
show de Mateu, un tipo que se encanta a sí mismo. Resulta que el Málaga ejecutó
rápido un saque de banda y alguien, parece que desde el banquillo del Atlético,
tiró una pelota al campo para tratar de parar el juego, cosa que no consiguió
(bien por Mateu). Poco después, el árbitro pitó el final de la primera parte e
hizo volver a Simeone desde el túnel para decirle que eso estaba feo, y que
como no podía identificar a quien había lanzado la dichosa pelota, que le
expulsaba a él. Fue el epílogo a un periodo, el primero, en el que los de casa
apenas disfrutaron de una ocasión, de Griezmann al primer cuarto de hora, pero
justo después de que Oblak le sacase un balón inverosímil a Cop. Era el primer
aviso de los andaluces, jugando sin presión y jugando, a ratos, muy bien.
Gol y
paso atrás
Luego la tarde fue un forcejeo constante. Todo el partido. También a
la vuelta del descanso, una pura angustia el marcador, consciente de que el
Madrid había sufrido, pero había ganado, y que ellos, el Atlético, estaba
cumpliendo la primera de las dos premisas. Sufría, pero no ganaba. Simeone, ya
en el palco, metió a Correa por Carrasco consciente de que la calidad
individual, el regate, era de las pocas soluciones que le quedaban por
escudriñar. Dicho y hecho. Un balón en la frontal encontró dos quiebros del argentino
para acomodarse un disparo fácil y con él, tras un ligero rebote, batir a
Ochoa. No tardó en llegar la reacción del banquillo local, que casi siempre es
la misma: quitó a un delantero (Griezmann) para meter a un centrocampista
(Agusto).
Debía ser el plan lanzarse al contragolpe tras el robo, pero ocurrió
que el robo no llegó nunca, y por ahí se fue asfixiando el Atlético, angustiado
por mantener la pelea al menos hasta la última jornada, algo así como un que no
sea porque yo no lo intenté.La tuvo de nuevo Correa y la tuvo también Torres,
al que se le cortó la racha de partidos consecutivos marcando porque se le hizo
de noche en un servicio de Koke. A esas alturas de la tarde, de uno de los
fondos ya había salido una pancarta: «El miércoles ganad por nuestro mayores».
Y un buen número de seguidores esperaron más de media hora pidiendo que
salieran los jugadores. El siguiente que pisa ese césped es el Bayern de
Múnich. Casi nada.
Por
EDUARDO J. CASTELAO
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