ZÚRICH, Suiza (3 Septiembre 2018).- En la
mitología japonesa existen unas criaturas llamadas Noppera-bō. Según la
tradición nipona, estos seres son capaces de encarnar cualquier rostro, desde
las más bellas mujeres a los más deformados y sombríos personajes.
El fútbol,
en la actualidad, bien podría ser descrito como uno más de estos Noppera-bō. A
veces, el más bello de todos deportes; en otras ocasiones, una industria sin
escrúpulos sólo centrada en el beneficio económico. Como diría Eduardo Galeano,
“una cuestión de soles y sombras”. No obstante, aún son muchos los que creen en
el arte de dar patadas a un balón; los que piensan que gran parte de la
corrupción y la avaricia que han rodeado al fútbol en las últimas décadas
tienen solución. Volver a transformar el mercado en juego.
Para
acometer este proceso es imprescindible conocer quién y cómo robó la pelota, desentrañar
los tejemanejes de las grandes compañías y, sobre todo, presentar una historia
veraz y rigurosa de la Fédération Internationale de Football Association o
FIFA, que en nuestros días es el auténtico amo de este deporte.
Europa marca las reglas
del juego
El 21 de
mayo de 1904 se fundaba en un pequeño cuarto de la calle Saint-Honoré de Paris
la FIFA. La idea inicial de la joven organización era crear un organismo con
capacidad reguladora sobre el fútbol internacional; codificar unas normas
claras y velar por su cumplimiento. Si se querían fomentar partidos de índole
internacional era necesario que todos los combinados se sometieran a las mismas
reglas. A este primer objetivo se sumaron las federaciones nacionales de Dinamarca,
España, Bélgica, Francia, Suecia, Holanda y Suiza. A su vez, el francés Robert
Guérin era elegido presidente de la FIFA.
Tras la
fundación, y a pesar de la voluntad universalista de la organización, quedaba
claro que el fútbol era cosa de europeos y no sería hasta 1909 cuando, gracias
al ingreso de Sudáfrica, se rompía en monopolio del viejo continente en la
FIFA.
En estos
primeros años de existencia la institución futbolística no lo tuvo nada fácil.
Las tensiones y conflictos entre las naciones europeas, recuérdese por ejemplo
la Primera Guerra Mundial, no ayudaron en absoluto al buen funcionamiento de la
FIFA. Muchas naciones se negaban sencillamente a organizar partidos con los que
consideraban rivales políticos directos en el ámbito internacional. Sólo la
organización de campeonatos de fútbol durante los Juegos Olímpicos, y sobre
todo el establecimiento de una Copa Mundial de fútbol dieron aire a la FIFA.
El primero
de estos campeonatos mundiales tuvo lugar en Uruguay. El país contaba con dos
claros alicientes para acoger la competición, por un lado los uruguayos querían
aprovechar el Mundial para celebrar el centenario de su independencia, por
otro, la selección nacional venia de conseguir la victoria en las olimpiadas de
1928 en Ámsterdam. La Copa del Mundo podía ser una buena ocasión de repetir la
gesta en casa.
Por unos
días Montevideo se convirtió en la capital del fútbol mundial, y aunque de las
doce selecciones europeas invitadas sólo acudieron cuatro, se puede concluir
que la Copa cumplió tanto las expectativas de la FIFA como las del país
anfitrión. La selección uruguaya logró derrotar por 4 goles a 2 a Argentina en
la final. La FIFA conseguía cerrar con éxito su primer torneo y podía aspirar a
organizar más competiciones mundiales en el futuro.
El fútbol
era un deporte en alza, y no sólo la FIFA sacaba provecho de ello. Si Uruguay
podía usar la Copa del Mundo para celebrar el centenario de su independencia,
Benito Mussolini podía utilizar el campeonato para mayor gloria de la Italia
fascista. El Duce presionó convenientemente, y la FIFA acabó accediendo a
celebrar su segundo mundial en Italia. Esta vez, treinta y cuatro federaciones
solicitaron participar en el torneo, por lo que hubo que realizar una ronda
eliminatoria previa para seleccionar a los dieciséis equipos definitivos.
Por fin, el
27 de mayo de 1934 echaba a rodar el balón. No obstante, pronto quedó claro
quién levantaría la Copa. La Italia fascista no estaba dispuesta a perder su
Mundial. Juego duro y unos arbitrajes más que discutibles fueron la tónica
durante todo el torneo. En la final, la azzurra derrotó a Checoslovaquia por 2
tantos a 1. La FIFA, que presumía de ser ajena a la influencia política, veía
cómo sus dos mundiales trascendían el terreno de juego. Primero Uruguay y su celebración
de la independencia y ahora, en un asunto más vergonzoso, como medio de
propaganda del estado italiano. Quedaba claro que el fútbol y la política eran
una pareja con futuro.
El siguiente
Mundial se celebró en 1938, aunque la actividad de la FIFA pronto se vio
interrumpida por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La recuperación no
fue sencilla, los países habían cambiado el campo de juego por el de batalla y
las consecuencias eran terribles. No hubo Mundial hasta 1950, aunque la FIFA realmente
tenía puesta la mirada en la Copa del Mundo del año 1954. La organización
futbolística cumplía cincuenta años, en los que había pasado de siete a ochenta
y cuatro federaciones nacionales. El torneo tendría lugar en Suiza, la razón:
la FIFA quería celebrar su aniversario en casa. De nuevo dieciséis selecciones
se daban cita, aunque en esta ocasión no haría falta desplazarse al país
helvético para seguir el campeonato. Por primera vez la Copa del Mundo sería
televisada.
El fútbol
ganaba popularidad y la FIFA crecía con él. Sin embargo, a pesar de las
ampliaciones, la organización seguía siendo cosa de europeos. El viejo
continente se negaba a soltar las riendas del deporte rey. Buena prueba de ello
es que todos los presidentes de la FIFA habían sido belgas, franceses o
ingleses. El último de esta larga saga era el británico Stanley Rous. Hijo de
un tendero y árbitro de prestigio retirado, este representaba a la perfección
la imagen que la FIFA quería tener de sí misma, un correcto caballero ingles
que disfrutaba del cumplimiento de las reglas y el juego ordenado.
En el cargo
desde 1961, Sir Stanley no tenía ninguna prisa en extender el fútbol por todo
el planeta, quería una FIFA sin sobresaltos. Por ejemplo, reconocer a la China
comunista no le parecía una tarea urgente, prohibiendo terminantemente que el
Arsenal londinense fuera a jugar a aquel país. Y si la ley en Sudáfrica decía
que negros y blancos eran diferentes, ¿quién era la FIFA para negarlo? El
fútbol debía mantenerse alejado de toda polémica y si al final se veía obligado
a emitir una opinión, esta siempre seria acorde con la política del gobierno
británico.
No obstante,
durante las décadas de los sesenta y setenta el mundo cambiaba a un ritmo
vertiginoso y la idea de una FIFA parecida a un selecto club europeo encontraba
cada vez más resistencias. Desde la Confederación Sudamericana de Fútbol
(CONMEBOL) ya se empezaban a exigir ciertos cambios, y sería en Brasil donde
aparecería un candidato dispuesto a arrebatar el cargo a Sir Stanley.
Joao
Havelange tenía una idea muy distinta de cómo debía organizarse el deporte rey.
A diferencia de Rous, este tenía claro que el fútbol era un fenómeno global, es
más, era un negocio global. Para Havelange el dominio europeo de la Copa del
Mundo se plasmaba en que había nueve plazas reservadas a estos equipos, algo
que más que injusto era poco rentable. ¿Por qué no extender el número de
participantes? Al fin y al cabo esto generaría nuevas oportunidades para la
FIFA en lugares hasta ahora ajenos al mundo futbolístico.
Sin embargo,
los mandatarios europeos no querían saber nada de estos cambios. Incluso en
1973, durante un congreso de la UEFA celebrado en Edimburgo, representantes de
la FIFA, aún en manos de Rous, habían llegado a asegurar que si se aumentaban
el número de finalistas y eliminados europeos se organizaría una nueva Copa del
Mundo europea a la que serían invitados unos pocos países latinoamericanos. Es
evidente que estas actitudes no habían sentado bien en las federaciones
africanas y asiáticas. Llegado el Congreso de la FIFA de 1974 la victoria de
Havelange parecía posible.
El fútbol en venta
Para la
mayor parte de los amantes del fútbol el año 1974 es sinónimo del Mundial de
Alemania y la increíble actuación de la selección holandesa. La “Naranja
Mecánica”, como fue apodada por los periodistas, dio una lección de juego a
propios y extraños. Cruyff, Neeskens, Michels y compañía, aunque no lograron
alzarse con la copa, inventaron todo un estilo.
No obstante,
ese mismo año la FIFA sufrió una revolución aún mayor. En el Congreso de
Fráncfort, Joao Havelange derrotaba por 68 a 52 votos a Sir Stanley Rous,
convirtiéndose el brasileño en el nuevo dueño del fútbol mundial. La elección
había estado reñida, aunque Havelange tenía más que ofrecer. Era dos décadas
más joven que su rival, y a diferencia de este podía comprar el voto en cuatro
idiomas. Mientras Rous solo tenía oídos para las federaciones europeas,
Havelange se había recorrido el mundo de punta a punta. Conocía las quejas de
los países africanos o asiáticos y prometió cambios. Incluso aseguró que
ampliaría plazas en los Mundiales prestando especial atención a los no
europeos.
Además, por
si todo lo anterior fuera poco, Havelange contaba con el apoyo incondicional de
Horst Dassler. Este era el dueño de la multinacional Adidas y, al igual que el
brasileño, estaba seguro de que el fútbol podía ser un negocio muy lucrativo.
Sólo hacía falta conseguir que las grandes estrellas internacionales lucieran
sus productos para que Adidas cosechara beneficios astronómicos. La ecuación,
por tanto, era bien sencilla: Dassler pondría el dinero necesario para hacer a
Havelange presidente y este a cambio prestaría una atención especial a las
exigencias de Adidas.
Los sobornos
corrieron como nunca los días previos a la votación. Bien para asegurar a los
aliados o bien para convencer a los indecisos, ahí estaba el dinero de Adidas.
En perspectiva, quizá el mayor error de sir Stanley Rous no fue su falta de
sensibilidad hacia las voces no europeas, sino su falta de sensibilidad hacia
la comercialización del fútbol.
Tras el
congreso, todo cambió en la organización futbolística. Dassler no sólo
pretendía favorecer a Adidas, sino que pronto se dio cuenta de que la tajada
del pastel podía ser mayor y también se interesó en vender los derechos de
comercialización que acababa de adquirir de la FIFA. El gran golpe se produjo
cuando consiguió el apoyo de Coca-Cola en su proyecto. La multinacional
ayudaría a Havelange, y a cambio el logo de esta ocuparía un lugar bien visible
durante la Copa del Mundo. Al fin y al cabo qué mejor reclamo publicitario que
un evento seguido en todo el mundo. La maniobra de Coca-Cola no pasó
inadvertida y pronto muchas otras multinacionales quisieron entran en el juego.
En pocos años el dinero entraba a raudales en la FIFA.
Buena prueba
de la nueva tendencia en la institución futbolística fue el Mundial de 1978. La
dictadura militar argentina, deseosa de prestigio y publicidad, presionó para
organizar el campeonato. La FIFA, al igual que con la Italia de Mussolini, dejó
hacer. No obstante, esta vez había que añadir un par de grotescos detalles a la
historia: el balón del campeonato se llamaría “Adidas Tango”, Coca-Cola
lanzaría envases especiales para la ocasión y la selección anfitriona luciría
las tres rayas paralelas de Adidas en el pecho. Está claro que el campeonato
era un triunfo para el nuevo modelo de Joao Havelange, el cual sería
condecorado por Videla durante la ceremonia de inauguración. En la final
Argentina se impuso por 3 goles a 1 a Holanda. Oscuros militares y sonrientes
hombres de negocios celebraron los goles de Mario Kempes por igual.
Durante la década
de los ochenta la FIFA siguió creciendo, y con ella el poder de Havelange. En
el organismo cada vez participaban más federaciones, algunas de territorios
minúsculos en los que poco importaba el fútbol. Estas nuevas incorporaciones no
eran algo casual, sino que respondían a una lógica de funcionamiento muy
concreta.
Cada federación poseía un voto dentro de la FIFA, haciendo esto que
por ejemplo un país como Andorra tuviera el mismo peso que España. Comprar la
voluntad de una gran federación podía ser a veces una ardua tarea, no obstante,
influir en otras de pequeño tamaño resultaba muy sencillo y barato. No es de
extrañar que Havelange saliera así elegido por aclamación en los congresos de
España, México e Italia en 1982, 1986 y 1990 respectivamente. Los países
europeos, antiguos dueños del fútbol, sólo podían ver como perdían poder en la
organización. Buen ejemplo de esta dinámica es cómo en el Mundial de España en
1982 ya había veinticuatro participantes y para el de Francia en 1998 serían
treinta y dos.
El negocio
debe continuar
Como ya
hemos dicho, Francia acogió la Copa del Mundo de 1998. Durante el campeonato
muchas selecciones pisaron el césped del estadio Saint Denis, aunque sólo el
país anfitrión, bajo la batuta de un gran Zinedine Zidane, logró hacerse con la
victoria.
En la FIFA,
durante las vísperas del Mundial, como ya había ocurrido hace veinticuatro
años, se produjeron ciertos cambios. Un anciano Joao Havelange marchaba a un
retiro dorado, aunque para entonces el brasileño había dejado su sucesión bien
atada. El fútbol debía seguir siendo el más rentable de los negocios.
El designado
para la tarea era el suizo Joseph S. Blatter, el cual ya había sido definido
hace años por el difunto presidente de Adidas Horst Dassler como “uno de los
nuestros”. Y es que Blatter no era nuevo en la profesión. En la FIFA desde 1975
y secretario general de la misma desde el año 1981, sabia a la perfección cómo
funcionaba el negocio. Sólo había un pequeño problema, había que ir a las
elecciones y eso implicaba gastos.
Fifa-deportes-patrocinadores
tabla ingresosEl rival de Sepp Blatter era el sueco Lennart Johansson,
presidente de la UEFA. Europa quería volver a disputar el trono del fútbol
mundial y esta vez prometía democracia y transparencia. Johansson incluso se
atrevió a asegurar que si ganaba exigiría una auditoría contable independiente
de la FIFA. Estas declaraciones, como era de esperar, no gustaron a Havelange,
¿quién era el sueco para poner en duda los balances oficiales de la FIFA? Desde
la sede central en Suiza no tardaron en afirmar que Blatter sería un presidente
extraordinario.
La campaña
tenia por tanto dos claros candidatos, y como la primera elección de Havelange,
se mostraba reñida. Ambos candidatos volaban por el mundo tratando de recabar
apoyos, y claro está que estos frenéticos viajes tenían sus costes. Johansson
había recibido 534.000 dólares de la UEFA. Por otro lado, el presupuesto de
Sepp Blatter era más difícil de conocer. Primeramente había declarado a un
periodista que contaba con 135.000 dólares, aunque más tarde había elevado la
cifra a 300.000. Finalmente reconoció que contaba con “algunos patrocinadores
menores”. Entre estos pequeños colaboradores destacaba el muy rico emir qatari
Mohamed Bin Hammam. Con estos apoyos a nadie sorprendieron las declaraciones de
Farah Addo, vicepresidente del fútbol africano, a pocos días de la elección:
“Me ofrecieron 100.000 dólares por votar a favor de Blatter”.
La historia
se volvía a repetir y el 8 de junio de 1998, cuando Blatter era elegido
presidente por 111 votos frente a 80, algunos veteranos dirigentes recordaban
la derrota de Sir Stanley Rous. El continuismo había ganado a la reforma y los
más cercanos a Sepp Blatter esperaban ahora recoger sus recompensas. Con un
Mundial programado en Qatar para 2022 parece claro cuál ha sido el precio de
algunos viejos colaboradores del presidente.
Como era de
esperar, nada ha cambiado y durante los siguiente años la FIFA ha seguido
rodeada de escándalos. Más que un artículo haría falta un libro para
profundizar en todos ellos. No obstante, merece la pena destacar cómo Sepp
Blatter ha sido acusado en varias ocasiones por malversación de fondos; cómo la
cadena británica BBC ha destapado sobornos en la FIFA por la compra de los
derechos de retrasmisión deportivos o cómo la revista France Football relató
con todo lujo de detalles la manera en la que Qatar había comprado el Mundial
de 2022. Los últimos escándalos no serían por tanto nada nuevo en una
organización muy acostumbrada al fraude y al soborno.
En nuestros
días la FIFA ofrece la peor cara del fútbol. Un conjunto de burócratas a los
que emociona más una cuenta de resultados positiva que un buen partido. ¿Qué
hacer entonces? Es una pregunta difícil, aunque está claro que la solución no
vendrá de la propia organización. Mientras tanto, quizá los verdaderos amantes
de este deporte deban luchar solos por el mismo. Exigir, por ejemplo, que Qatar
no sea una nueva Italia o Argentina. Intentar que el fútbol juegue en favor de
la democracia, porque como dijo una vez el ex entrenador del Athletic de Bilbao
Marcelo Bielsa: “Si algo hace atractivo a este deporte es que no siempre ganan
los poderosos”.
Fuente: ELORDENMUNDIAL.COM
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