Alabado Dios, Padre celestial, hoy como cada día, me arrodillo delante de ti, y me abrazo a tus pies, para rogarte y suplicarte tu atención, para que tus ojos piadosos poses sobre mi y en tu gran misericordia, me escuches, y de mi tengas piedad.
Oh mi Dios, me ahogan mis necesidades, son tantos años arrastrando los mismos problemas, que siento desfallecer, la desesperanza me arropa, mis días son todos iguales, sin novedades, nada me alienta.
Santo Padre, me miro y siento pena y vergüenza de mi, caramba mi Dios, no entiendo por qué tanto descuido, cuánto abandono, estoy en un mayúsculo desorden, no hay por donde transitar, esto es insoportable, nadie ordena, solo multar es de su interés.
Ay Padre, ayúdales, tal parece, que no saben que hacer, a veces, los oigo hablar de un parqueo, y pintan las calles, ciertamente, están tan desorientados y enredados en las patas de los caballos, que piensan que lo están haciendo bien, ayúdales, ayúdales, te lo pido, mi Dios.
Mi señor, yo tengo miedo de salir, vivo con los nervios de punta, y el corazón en la boca, y es que los delincuentes están al acecho, y las autoridades en descuido y más que ausentes, a veces veo que se reúnen y me prometen bienestar, lo que no sé para cuando es.
Amado señor, en mí todo da brega, todo se dificulta, vienen un día, me dan un palazo, anuncian muchas cosas, se frotan las manos y si te he visto no me acuerdo, y si acaso inician algo, es a paso de tortuga y cansá.
Por eso mi Dios, te ruego con el corazón en las manos, que intervengas por favor, porque a mi no me oyen, ni me hacen caso, siempre estoy haciendo fila, porque como mendigo me ven y así me tratan.
Perdóname señor, pero qué tan grandes han sido mis pecados, por qué sufro esta interminable penitencia, gobiernos van y gobiernos vienen y el motoconcho, y las bancas de loterías son mis principales empleadores.
Te suplico que los toques para que no sean de dura cerviz, y pongas en ellos, amor por mi, a ver si mi suerte cambia, todo esto te lo pido en el nombre de tu Santo hijo, amén,
Esperando con fe.
Tu hija San Cristóbal.
Por LEONARDO CABRERA DÍAZ
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