Acaban de lanzar una app para citas en Francia destinada a personas de la extrema derecha. Se llama Droite au Coeur, un juego de palabras que significa a la vez “corazón a la derecha” y “derecho al corazón”, y se define como “un sitio de encuentro para solteros patriotas”.
El modelo de negocio se basa en dos premisas. La
primera es que compartir las mismas opiniones políticas mejora las
posibilidades de dar con una relación “serena y duradera”. La segunda es que si
eres de extrema derecha, tus opciones de encontrar pareja son limitadas. Según
una encuesta reciente, un 58% de los franceses se negaría a acostarse contigo y
un 65% no querría saber nada de ti como posible pareja.
El tema es de interés en España hoy. Las formas de ser
y de pensar de los fieles de la extrema derecha cobran especial interés, ya que
hay elecciones generales a la vista y los focos están, precisamente, en ellos.
Todo parece indicar que los votos del partido Vox serán decisivos y que
servirán para crear una coalición con el Partido Popular, que permita que
después de cinco años de socialismo la derecha vuelva a gobernar, como Dios
manda.
Debo confesar que en mi intento de descifrar los
procesos mentales de la raza Vox no había tomado en cuenta el factor sexo. Que
se distinguen por su fidelidad a la patria, como sus primos franceses, eso sí.
La idea de que “nosotros somos los patriotas auténticos y los otros no” es
siempre recurrente en el populismo en todas las latitudes. Ser de Vox significa
sentirse un español de verdad. Significa amar la bandera y la santa Iglesia;
odiar el aborto, el matrimonio gay, el feminismo, a los transgéneros, los
rojos, los moros y los catalanes.
La pregunta indicada es: ¿Qué les motiva? ¿Por qué
pertenecen a esta particular tribu y no a otra? La respuesta correcta es:
¿Quién sabe? Sería igual de inútil llegar al fondo de por qué uno se viste o se
corta el pelo de determinada manera. El principio es el mismo, sea uno de la
derecha o de la izquierda o del centro. El corazón político tiene sus razones
que la razón no entiende.
Pero la aparición de la app Droite au Coeur nos
ofrece una posible pista para entender mejor a Vox, una característica quizá
común a la extrema derecha en todos lados: la frustración sexual. Puede que
odien tanto a la izquierda radical por la percepción de que están disfrutando
más del sexo que ellos. Puede que detesten tanto a Pedro Sánchez no solo, como
muchas veces se especula, porque es guapo y alto, sino porque, yendo un paso
freudiano más allá, les hierve el hígado la sospecha de que goce de una rica
vida sexual. Con lo cual, si seguimos la lógica de esta hipótesis, Droite au
Coeur puede llegar a tener resultados inesperados. Puede contener las semillas
de la destrucción de la propia droite. Si funciona, si los solteros fachas
encuentran sexo y/o pareja, puede que su rabia se calme y que su fanatismo se
diluya.
Mirando para atrás, quizá no se haya examinado lo
suficiente el impacto que tuvo en la decadencia del franquismo la llegada a
España en los años sesenta de mujeres del norte de Europa en bikini, o cómo el
libertinaje general en los años posteriores a la muerte de Franco casi acabó
con su legado político, y volcó a la enorme mayoría de los españoles hacia una
democracia centrista, inclinada a la izquierda. Volviendo al presente, puede
que el repentino despertar de Vox y la añoranza que representa por el
franquismo tenga que ver con que, por el motivo que sea, un sector de la
población no está fornicando tanto como quisiera.
O puede que no. Quizá sea un disparate esta
explicación parcial que me aventuro a ofrecer del fenómeno Vox. No puedo
descartar que se lo estén pasando en grande en la cama, mejor que la cada día
más puritana izquierda. Como observó un amigo esta semana, recordando una frase
del escritor norteamericano P.J. O’Rourke, “nadie tuvo nunca una fantasía de
que le aten a la cama y le sometan a una sesión de sexo salvaje con alguien
vestido de progre”.
Con lo cual, se me ocurre de repente, Droite au Coeur
podría ser un recurso de utilidad no solo para las almas gemelas de la extrema
derecha sino para gente normal que sueña con tener una aventura sexual con un
nazi.
El sexo podría servir para empezar a diluir el odio
hacia gente que se identifica con partidos o ideologías rivales
Hablando un poquito más en serio, la posibilidad de
que empiecen a aparecer apps de citas centradas en identificar las tendencias
políticas de sus clientes podría ser un aporte de enorme valor en estos tiempos
polarizados en los que vivimos. Siempre y cuando los clientes no busquen pareja
entre los suyos, sino todo lo contrario.
Hagamos un aparte y contemplemos un momento el
racismo, la polarización en su expresión más elemental. Mucho nos rasgamos las
vestiduras sobre la persistencia de este fenómeno en la humanidad. Mucho se
habla de cómo combatirlo. Pero solo hay una solución. Solo una que sea serena y
duradera, como dirían los de Droite au Coeur. Que todos tengan sexo con todos,
sin prejuicios. Que blancos y negros y chinos y árabes y esquimales e indios se
mezclen y se reproduzcan hasta que la imagen estándar de la especie humana
llegue a contener una parte visible de cada una de las razas.
Tardaremos en llegar, eso sí. Mientras, podemos
empezar a aplicar el mismo principio al tribalismo político: el sexo como
instrumento para atravesar las fronteras que nos dividen y para empezar a
diluir el odio hacia gente que se identifica con partidos o ideologías rivales.
Es decir, promover relaciones auténticas entre las personas, fundadas en la
atracción biológica, divorciadas de aquellos factores inescrutables,
misteriosos, insondables que determinan nuestra orientación política, factores
que poco tienen que ver en el fondo con decisiones conscientes sino con el
azar, con las circunstancias que nos toca vivir.
Hay una película aquí. Un joven político, fanático de
derechas, conoce a una joven, fanática de izquierdas. Llamémosles Santiago e
Irene, o Pedro e Isabel. Superada la repulsa inicial, les sorprende una
atracción mutua y, pese a los esfuerzos de cada uno de imponer el prejuicio
sobre la naturaleza, no pueden resistir. Sucumben a sus impulsos y la escena
final de la película, los dos besándose como fieras, ofrece un ejemplo que nos
conduce hacia un mundo mejor.
Por JOHN CARLIN
Es columnista de La Vanguardia
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