«Quien elige ser marioneta lleva bien puestas las cuerdas». Óscar Fleming
Estamos viendo el desplome en la credibilidad de las democracias entre los votantes de muchos países. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de España los resultados de una encuesta señalan que un 12% de los jóvenes entre 18 y 24 años cree que, en algunas circunstancias, un gobierno autoritario sería preferible a un sistema democrático. En algunos países latInoamericanos el porcentaje es aun mayor.
Y concluye: "Algunos analistas señalan que la
precariedad laboral, la falta de oportunidades y el desencanto con los partidos
políticos son factores que pueden estar influyendo en esta percepción
antidemocrática. Sin olvidar el impacto de las redes sociales y la exposición
constante a discursos que cuestionan el sistema democrático actual".
Ya los votantes, manipulados como marionetas, están
despertando de un largo letargo que les ha costado una enorme carga financiera,
imparable e impagable. El problema es qué ruta tomar, están desorientados: la
encrucijada. Mientras, en las redes sociales se masifican comentarios agudos
como este:
"Lo único importante en la vida es sobrevivir y
para ello es absoluta y fundamental desarrollar al máximo una especie de sexto
sentido que es el sentido del desengaño. La democracia condenará plenamente el
desarrollo del desengaño como forma de supervivencia y tratará de preservar, en
las óptimas condiciones posibles, el engaño sistemático y colectivo de toda la
población. De hecho, la democracia es un régimen político que se caracteriza
precisamente por mantener el engaño -perpetuamente-, cada vez que hay unas
elecciones, por que cuando un partido político gana las elecciones, o lo hace
engañando, o no puede ganar de ninguna manera, ya que si un partido político
dijera la verdad de la realidad no tendría ningún voto. Evidentemente, es
decir, el secreto de la democracia consiste en la mentira institucional porque
al margen de esta es absolutamente imposible ganar unas elecciones. ¿Qué cabe
esperar de un régimen político cuyo triunfo consiste en el engaño masivo de la
población, pues todo en esa sociedad política está orientado y determinado por
el máximo engaño posible?"
Ahora que se pone caliente el sartén seguimos con
George Martin quien asegura que: «La gente afirma tener hambre de la verdad
pero detestan el sabor cuando se la sirves». ¿Qué camino escoger? Entre un
caldo de ideologías, doctrinas, candidatos y partidos políticos... todo luce
descalificado.
Y continuamos con Orson Scott Card: "Si los
cerdos pudiera votar, el hombre que trae el balde de comida sería elegido una y
otra vez, sin importar cuántos de ellos haya sacrificado antes. Porque el poder
no se gana con justicia, ni con mérito, se gana con la ilusión de que estás
alimentando las necesidades más básicas del pueblo. Las masas no eligen con la
cabeza, eligen con hambre, con miedo, con la promesa de una ración".
En el siglo XX se inició el proceso de idiotización de
las masas. En el siglo XXI tenemos la vulgarización y la cualquerización como
agregado, con los medios masivos de comunicación, las redes sociales,
noticiarios y los programas de panel, también secuestrados por una agenda muy
bien diseñada: desmembrar y desautorizar el pensamiento crítico.
Como si fuera poco, en tiempos de tanta confusión,
agregamos: "Las élites económicas hacen las leyes, como
instrumentalización las élites políticas las firman y el pueblo las
obedece". El norte de las élites económicas es el lucro. Lucrarse en sí no
es objetable, solo lo es cuando deshumaniza, degrada y expolia al ser humano.
Con una pizca de intelecto en uso se confirma el daño.
El mayor activo de una sociedad es el individuo. Las
sociedades ganadoras son aquellas cuyas masas, la sumatoria de sus habitantes,
sean de calidad, con todo lo que ello implica. El fanático no ve la verdad
porque ya ha jurado lealtad a su mentira: el reino de la idiotez, advertido por
escritores, libres pensadores, académicos y analistas sociales.
El descrédito de los regímenes democráticos va en
ascenso y los mansos manipulables podrían dar un giro, no por conciencia sino
por necesidad, asimilando manifiestos de este tipo:
"No te llames "pacífico" a menos que
seas capaz de violencia. Si no eres capaz de violencia, no eres pacífico, eres
inofensivo. Se llamaba a sí mismo “pacífico”, pero no era paz, era debilidad.
Cuando llegaron las tormentas, se quebró. Cuando aparecieron los lobos, huyó.
Su calma no era fuerza, era fragilidad. La verdadera paz se forja en el fuego;
si es que quieres construir la fuerza que da origen a la verdadera paz. Solo el
hombre que podría destruir, pero elige contenerse, puede reclamar la paz como
suya. Sin la capacidad de violencia, la “paz” no es más que otra palabra para
inofensividad. La paz sin fuerza es ilusión. La paz con fuerza es
maestría".
¿Cuál "paz"? La paz que da la estabilidad
integral a una persona, a su familia y a su comunidad. La democracia
secuestrada les ha arrebatado esas aspiraciones. Los "líderes",
cínicamente, saben que una población que aplaude y admira únicamente
deportistas, a llamados "artistas", a comunicadores vulgares, y no a
políticos capaces e íntegros, está condenada. Pero como los cerdos hambrientos
ya mencionados, esa misma población es la base de su poder legitimado. Esopo lo
describió así: «Ahorcamos a los ladrones de poca monta y nombramos a los
grandes para cargos públicos».
¿Habrá rebelión de los pueblos más allá de las
rebeliones manipuladas que conocemos? El ciudadano idiotizado puede rebelarse,
por necesidad, pero no sabría "a cambio de qué". Similar al miedo a
lo desconocido. Entonces es mejor transarse por una desgracia existencial
"conocida" que "inventar" por lo que no luce claro.
Cuando se plantea el tema de la corrupción una
respuesta común es "todos roban". Mark Twain sonreiría viendo que su
reflexión era cierta a través de las generaciones: «La política es la única
profesión en la que se puede mentir, engañar y robar, y aun así ser respetado».
De nada ha servido advertirle a la gente que "nada de lo que te prometa el
político que vas a votar va a salir de su bolsillo. Va a salir del tuyo".
Todo ello socava el ideal democrático. Un poco más de
dos siglos de ensayos:
"La Independencia de Estados Unidos en 1776
estableció un nuevo ideal para las instituciones políticas de base democráticas
y se convirtió en la primera democracia moderna, expandido por la Revolución
francesa de 1789 y la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1809-1824),
difundiendo las ideas liberales, los derechos humanos, principios que
constituyeron la base ideológica sobre la que se desarrolló toda la evolución
política de los siglos XIX y XX. La suma de estas revoluciones se conoce como
las Revoluciones burguesas". Wikipedia
En términos históricos, dos siglos es corto tiempo
para que un sistema político sea descalificado por un creciente número de
ciudadanos y esto conduce, si las mayorías en alguna etapa histórica lo
deciden, a la disolución del sistema con una única conclusión: el
autoritarismo. Ya no es ficción: hay muchos síntomas de ello en muchas
democracias.
Al presente la democracia enfrenta una nueva amenaza:
un sistema socioeconómico donde el crecimiento económico y la acumulación de
riqueza están impulsados y dominados por la innovación tecnológica y las
grandes empresas tecnológicas. Este modelo, el tecnocapitalismo, se caracteriza
por el control de plataformas digitales y la generación de valor a través de
los datos de los usuarios. Los datos que los usuarios generan en esas
plataformas, como las redes sociales, aunque parezcan inocuos, son explotados
para concentrar más poder por estas corporaciones. Se convierten en un activo
valioso que se extrae, monetiza y se usa para la generación de ganancias. Se
crean ecosistemas digitales cerrados que concentran el poder, el control, la
vigilancia y el disciplinamiento de las personas. Su poder, en manos de los
gigantes tecnológicos, puede generar riesgos democráticos y polarizar la
sociedad. Con su concentración de poder e influencia de los algoritmos puede
erosionar y debilitar las instituciones democráticas tradicionales. (Tecnofeudalismo/Yanis
Varoufakis)
Mientras el tecnocapitalismo avanza, junto a la
inteligencia artificial (IA), ¿quiénes están destruyendo la democracia como
sistema político que antes inspiraba a las masas? Paradójicamente, los mismos
demócratas con sus aberraciones y excesos. Estos demócratas han sometido a sus
pueblos a unos líos financieros y deudas sociales de envergadura histórica, sin
parangón alguno que se recuerde en sociedades civilizadas. Cada vez aprietan
más las cuentas fiscales públicas, se agudiza el descontento generalizado y por
simple deducción sabemos cómo concluirá el relato. Para entonces ya no
importará la encrucijada, si a la derecha o hacia la izquierda: cualquier
camino tomado abrirá nuevos horizontes.
Por AGUSTÍN
PEROZO BARINAS
Autor de los libros sociopolíticos "La Tríada
II" y "Érase una vez un edén en el Caribe".
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